lunes, 12 de septiembre de 2016

¿Nada es nada?

Aunque a todos se nos llene la boca (incluso nos las creemos a pié juntillas) al decir libertad, democracia, justicia y otras grandilocuentes palabras, la realidad es que casi nada podemos hacer para llevar a cabo estas irrealizables quimeras, o al menos eso creemos, pues nuestro entorno y los corsés que nos crean las diferentes leyes, disposiciones, mandatos, etc., nos la hacen imposibles en un sentido absoluto.
                                                                   
 
Donde únicamente podemos desarrollar todas estas utopías, es en el amplio espectro de nuestro más recóndito yo; en nuestro pensamiento neuronal.
Quien no ha imaginado que le toca la primitiva, la lotería o los cupones de la ONCE, y se relame sólo con pensar paso a paso lo que haría, que se procuraría que no tiene, si daría algo a los demás, en que influiría esto en nuestra vida y la de nuestros hijos, incluso alguno, hasta se acordaría de los que menos tienen, incluso  se plantearía que hacer para administrar tanto dinero y que no se le acabase para el resto de sus días.
                                                                 


A otros su imaginación de bonhomía  pensante, les llevaría a qué hacer para mejorar la vida de los pobres, de los refugiados, de los pueblos oprimidos por tiranos y  hambrunas en África. Se inventaría soluciones obvias pero las dejaría por irrealizables, y pasaría a otra cosa.
Habría otras personas, que sus apremiantes problemas les harían darles vueltas en la cabeza para buscar posibles soluciones, e incluso alguno de estos individuos sería capaz de llevarlos a la práctica para salvarse in extremis o remediar el mal que le afecta. Alguno sería capaz del éxito con la solución pensadamente deseada.
                                                                  


Y es que cuando se trata de solucionar problemas acuciantes propios, empleamos una creatividad que no usamos para los grandes problemas por considerarlos inalcanzables e inabarcables, cuando lo importante no es mantenerse vivo, sino sentirse humano.
Muy pocos de los individuos tienen arrojo y son capaces de comprometerse y embarcarse en solucionar los grandes problemas, y estos empiezan por conocer de primera mano que hay de lo que nos dicen, como podemos aportar nuestros limitados recursos humanos en paliar la desgracia o la injusticia (a veces ambas cosas), y empiezan dando un paso que inevitablemente llevará a otro, y en algún tiempo y si miran hacia atrás, verán que a pesar de que su aportación era humilde, habrán hecho camino.
                                                                 


Es humano quedarse quieto en casa frente al televisor y criticar a los gobiernos, a las malas prácticas, a las injusticias, viéndolo todo desde la tranquila atalaya de nuestro sillón.
¿Comprometernos en algo o por algo? ¡Por Dios! No puedo, no sé, me supera, y sin embargo la historia está llena de grandes hombres y mujeres que emplearon toda su imaginación, todos sus actos y su buen hacer, a veces casi sólo con sus manos, en ayudar a los demás, y hay gran cantidad de personas que sin haber llegado a esa notoriedad,  ponen todas sus fuerzas en el día a día en sus barrios, en sitios con guerras, con hambre, con todos los problemas inimaginables.
                                                                   

Cuando alguna desgracia le sucede a alguien, no le damos importancia pues ya no nos sorprende nada, pero cuando ese problema nos afecta directamente a nuestro egocéntrico yo, queremos la solución ya, para ayer.
Es bueno imaginar cómo solucionar los grandes problemas, pero hay  que mojarse y pasar a la acción, pues cada individuo tiene en su poder una gran-pequeña contribución a la solución.
                                                                         


“La acción es una oración sin palabras... La acción buena contiene todas las filosofías, todas las ideologías, todas las religiones” (Vicente Ferrer).


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