Aunque a todos se nos llene
la boca (incluso nos las creemos a pié juntillas) al decir libertad,
democracia, justicia y otras grandilocuentes palabras, la realidad es que casi
nada podemos hacer para llevar a cabo estas irrealizables quimeras, o al menos
eso creemos, pues nuestro entorno y los corsés que nos crean las diferentes
leyes, disposiciones, mandatos, etc., nos la hacen imposibles en un sentido
absoluto.
Donde únicamente podemos
desarrollar todas estas utopías, es en el amplio espectro de nuestro más
recóndito yo; en nuestro pensamiento neuronal.
Quien no ha imaginado que le
toca la primitiva, la lotería o los cupones de la ONCE, y se relame sólo con
pensar paso a paso lo que haría, que se procuraría que no tiene, si daría algo
a los demás, en que influiría esto en nuestra vida y la de nuestros hijos,
incluso alguno, hasta se acordaría de los que menos tienen, incluso se plantearía que hacer para administrar tanto
dinero y que no se le acabase para el resto de sus días.
A otros su imaginación de
bonhomía pensante, les llevaría a qué
hacer para mejorar la vida de los pobres, de los refugiados, de los pueblos
oprimidos por tiranos y hambrunas en
África. Se inventaría soluciones obvias pero las dejaría por irrealizables, y
pasaría a otra cosa.
Habría otras personas, que
sus apremiantes problemas les harían darles vueltas en la cabeza para buscar
posibles soluciones, e incluso alguno de estos individuos sería capaz de llevarlos
a la práctica para salvarse in extremis o remediar el mal que le afecta. Alguno
sería capaz del éxito con la solución pensadamente deseada.
Y es que cuando se trata de
solucionar problemas acuciantes propios, empleamos una creatividad que no
usamos para los grandes problemas por considerarlos inalcanzables e
inabarcables, cuando lo importante no es mantenerse vivo, sino sentirse humano.
Muy pocos de los individuos
tienen arrojo y son capaces de comprometerse y embarcarse en solucionar los
grandes problemas, y estos empiezan por conocer de primera mano que hay de lo
que nos dicen, como podemos aportar nuestros limitados recursos humanos en
paliar la desgracia o la injusticia (a veces ambas cosas), y empiezan dando un
paso que inevitablemente llevará a otro, y en algún tiempo y si miran hacia
atrás, verán que a pesar de que su aportación era humilde, habrán hecho camino.
Es humano quedarse quieto en
casa frente al televisor y criticar a los gobiernos, a las malas prácticas, a
las injusticias, viéndolo todo desde la tranquila atalaya de nuestro sillón.
¿Comprometernos en algo o
por algo? ¡Por Dios! No puedo, no sé, me supera, y sin embargo la historia está
llena de grandes hombres y mujeres que emplearon toda su imaginación, todos sus
actos y su buen hacer, a veces casi sólo con sus manos, en ayudar a los demás,
y hay gran cantidad de personas que sin haber llegado a esa notoriedad, ponen todas sus fuerzas en el día a día en
sus barrios, en sitios con guerras, con hambre, con todos los problemas
inimaginables.
Cuando alguna desgracia le
sucede a alguien, no le damos importancia pues ya no nos sorprende nada, pero
cuando ese problema nos afecta directamente a nuestro egocéntrico yo, queremos
la solución ya, para ayer.
Es bueno imaginar cómo
solucionar los grandes problemas, pero hay
que mojarse y pasar a la acción, pues cada individuo tiene en su poder
una gran-pequeña contribución a la solución.
“La acción es una oración
sin palabras... La acción buena contiene todas las filosofías, todas las
ideologías, todas las religiones” (Vicente
Ferrer).
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