lunes, 19 de junio de 2017

Paseo imaginativo

Distrae mucho andar con tranquilidad a primeras horas de la mañana o a media tarde; pasear mirando escaparates donde se exponen ropas que te gustan, pero que ya no van con tu edad, o eso te parece, viendo en este paisaje urbano y desenfadado, que cada cual se pone lo que le apetece; otra cosa es que a tus ojos vayan elegantes o hechos unos zorros.
                                                                      


También me gusta imaginar, en la cara de esa chica sonriente y con mirada soñadora, que está enamorada, o que por fin consiguió el trabajo que quería, o que está pronta al viaje con el que ha soñado hace mucho y que veía imposible.
                                                                    


Vuelvo la cara atraído por el frenazo de un coche, y veo a la señora que está cruzando un paso de cebra cargada de bolsas, y que se encara con el conductor del vehículo en cuestión sin que este cambie el gesto. Gente cruzando por cualquier sitio de la calzada sin importarle los pitidos del taxi o los exabruptos del de la moto para coger el autobús que llega. Señora mayor paseando a su perrito, y ver cómo con mucho esfuerzo, recoge las cacas que este deposita en el suelo, y también a alguien que ante lo mismo, ni se preocupa.
                                                                  


La alegría de esos niños y las correrías del juego alrededor de sus padres, y cómo la madre les regaña sin mucho convencimiento, ante la sonrisa cómplice del progenitor que prefiere mirar hacia el otro lado para no quitar la autoridad a su esposa.
                                                                     


También paso por una esquina (por qué siempre en las esquinas), donde unos jóvenes se lían unos cigarrillos o canutos, qué sé yo, sin cortarse por las miradas rápidas que les dirigen los transeúntes, junto a un pobre inválido que pide para comer sentado en el suelo, y el paso acelerado con que pasa un joven sacerdote con elegante sotana y un libro bajo el brazo.
                                                                         
 
Tomarse un café sentado en una terraza con vistas a la amplia acera, sin caer en la tentación de mirar ningún diario por si las malas noticias (las buenas no existen para la prensa), te aguan el karma. Ver a gente en las puertas de los edificios de oficinas echando un rápido cigarro, casi siempre acompañados, antes de perderse nuevamente entre pasillos y ascensores en anónimos despachos sin saber, a buen seguro, cuanto tiempo ocuparan.
                                                                     


Saludar a algún amigo que te encuentras paseando como tú, que te cuente de sus enfermedades y sus nietos (a cierta edad ya sólo hablamos de eso). Volver la cara, sin vergüenza, al paso de una hermosa mujer  y que se te iluminen los ojos y la mente; con eso nos conformamos.
Y al fin, cuando estás un poco cansado, de vuelta a casa, a seguir con la rutina que más te gusta: tus libros, tu música y preparar esa comidita que sabes le encantará a tu mujer aunque no te lo diga.

Son tiempos del disfrute de las pequeñas cosas. Hay que aprovecharlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario