domingo, 15 de octubre de 2017

La busqueda


Necesitaba la tijera que siempre está en la mesa de mi despacho, en una taza con El lápices, bolígrafos, plumas y demás  utensilios de uso frecuente, pero no la veía, por lo que vacié la taza sobre la mesa, y no, no estaba, pero había  cosas que no eran de allí, como un pincel y unas grapas, por lo que lo volví a introducir todo llevando el pincel y lo otro  a su sitio.
                                                                         

Soy una persona moderadamente ordenada como buen nacido bajo el signo de Virgo, aunque lo que digo vaya muchas veces en contradicción con la opinión de la gente que me rodea; pero yo a lo mío,  que era encontrar el objeto deseado, por lo que saqué el costurero para ver si las tijeras estaban ahí,  pero tampoco, aunque estaban fuera de lugar, un imán de nevera, un bolígrafo y un viejo tiquet de compra, lo que tomé para dejarlo en su sitio, no sin antes de que se me cayera una caja mal cerrada con no se cuantos botones de todos los tamaños.
                                                                           

Arreglado el desaguisado, continué  con la búsqueda por la caja de herramientas, donde tampoco, pero si había un alargador, un bote de pegamento, un metro de costura y una regla que no debían  estar allí, por lo que las devolví a su lugar.
A continuación,  miré por las estanterías y  otros muchos cajones, donde me dediqué a seguir llevando cosas a su natural ubicación;  rompí un montón de papeles con lo que llené una bolsa para reciclar, arreglé  un cajón que no cerraba, encontré  una caja de chinchetas perdidas desde Navidad, contesté  a un montón de mensajes del móvil,  discutí  con una señorita que quería  que me suscribiera a una revista, y no se ya cuantas cosas más,  llegando un momento en que me quedé mirando a la nada, desorientado. No sabía el por qué  de aquella actividad tan desenfrenada ni lo que me había  llevado a este estrés.
                                                                             

Me senté en mi sillón de orejas a meditar, pero la taquicardia que tenía me hacía no concentrarme, por lo que lo intenté   cerrando los ojos y casi me quedo dormido antes de que mi mujer me preguntara qué  íbamos a comer. Se me había olvidado preparar el almuerzo.
Ya por la tarde después de la siesta, empecé a preguntarme qué es lo que había estado buscando tan denodadamente y no me acordaba.
Algunas veces merece la pena no perder el tiempo en ciertas cosas, pero ¿Quién define lo que es importante y lo que no?
Hay veces que perder el tiempo merece la pena.


No hay comentarios:

Publicar un comentario