¡Por fin lo había
conseguido! Llevaba juntando cerca de un año para comprarse las zapatillas de
su vida, que no eran otras que unas carísimas Nike por las que suspiraba cada
vez que pasaba por la tienda.
Había ido juntando euro a
euro, gastando sólo lo imprescindible, ya que tampoco se quería quedar
enclaustrado en su casa; tenía diecisiete años, y la realidad es que le
encantaba salir con sus amigos y amigas, que incluso alguna vez lo tildaron de
tacaño por lo corto de sus gastos, pero aquel lujo de 265 € que se pensaba
permitir, bien que le merecían la pena. ¡Era lo más chulo del mundo poder
calzarse aquello!
Disfrutó del momento en
aquel magnífico día de otoño, ya con el dinero en el bolsillo, camino de la
tienda de deportes.
Cuando llegaba cerca de adónde
iba, vio una pareja de mediana edad con dos niñas pequeñas y con un gran cartel
en donde ponía que eran sirios que “estaban durmiendo en un coche viejo porque
lo habían echado de su casa por impago del alquiler, que no tenían trabajo y
que estaban pasando mucha necesidad”.
Nuestro joven amigo, se les
quedó mirando porque se le partía el corazón contemplando aquella desgarradora
escena, pero siguió andando hasta la tienda, en donde se quedó un rato parado
en su escaparate observando aquel lujo ya a su alcance, pero algo en su
interior no lo tenía contento. ¿Era justo que él se comprara aquello, que en
realidad no necesitaba, habiendo personas que carecían de lo mínimo?
Volvió sobre sus pasos, se
acercó a la familia y les preguntó que cómo habían llegado a aquello y que si
habían buscado trabajo.
La mujer no entendía nada,
pero el que resultó ser su marido, chapurreando inglés, salpicado de algunas
palabras en francés y unas pocas en español, le contó lo siguiente:
“Antes
de empezar la guerra, teníamos un próspero negocio de frutas y verduras en
Aleppo, pero un día temiendo por nuestras vidas a causa de la guerra y los
saqueos de bandas organizadas, malvendimos
todo lo que teníamos y decidí sacar a mi familia de aquel infierno, dirigiéndonos
hacia la costa. Llegamos a Baniyas, donde estuvimos un montón de tiempo
esperando la oportunidad de cruzar a Europa. En el camino nos fuimos quedando
poco a poco sin dinero, pero ya con los últimos ahorros, logramos pagar a unas
gentes para que nos llevaran a Grecia. Y no me preguntes cómo porque no lo sé,
acabamos en el agua cerca de Mallorca en donde fuimos rescatados, ya a punto de
morir, por una ONG que nos llevó a tierra. A partir de ahí hemos ido pasando de
ciudad en ciudad pidiendo trabajo y comiendo y durmiendo en sitios de acogida,
hasta que nos enteramos que un hermano de mi mujer tenía que estar por Sevilla,
y aquí vinimos, pero llevamos más de tres meses y no lo hemos encontrado. He
intentado buscar trabajo, pero quitando algún empleo de jornalero en el campo,
no me lo han dado. No nos quieren a los inmigrantes.”
A estas alturas del relato,
todos estaban llorando, niñas incluidas. Era desolador.
Ni que decir tiene, que sin
dudarlo, nuestro joven amigo les entregó todo el dinero que llevaba para su
capricho, y aunque se quedara sin zapatillas, aquello le pareció más
importante.
¿Seríamos nosotros capaces
de hacer otro tanto?
Con la mano en el corazón,
piénsalo.
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