Parece, cuando llegas a
cierta edad, que vuelves a las inseguridades de la adolescencia, aunque no a
sus ventajas, que las tiene.
Cualquier quebranto de la
costumbre diaria en su monotonía te deja preocupado, y da igual que el problema
sean las dudas al hacer la Declaración a Hacienda, como la avería de la
lavadora o que una carta inesperada te
comunique que no has pasado la ITV del coche.
A estas pequeñas cosas del
quehacer diario cuando estás activo en las obligaciones de una vida laboral, no
le darías la menor importancia ni te obsesionarían, y mucho menos te quitarían
el sueño, las ejecutarías o la corregirías en lo errado y punto, no tiene mayor
problema, pero cuando estás oxidado en la resolución de problemas, cualquier tontería
se te hace un mundo.
Aún recuerdo un día en que
fui a visitar a un amigo bastante mayor que vivía solo, y me abrió la puerta
llorando, y al preguntarle el porqué de sus lágrimas, me respondió que al
cerrar la puerta del dormitorio se le había caído el pomo de la puerta y no
sabía qué hacer. Ni que decir tiene que se lo arreglé lo mejor que supe y se le
pasó la pena, pero me contó que cuando le pasaban cosas como esa se ponía
nervioso por no saber solucionarlo, y lo embargaba una ansiedad y una tristeza
sin límite.
También es verdad que hay
muchas personas mayores que pasan en soledad la mayor parte del tiempo, y caen
en una monotonía cada vez más limitada por el miedo a todo lo nuevo o a
emprender acciones o entretenimientos diferentes; se les ha acabado la
iniciativa (conozco a personas que han desplegado en su vida una gran actividad
y están en esta situación), y se acomodan a lo más sencillo, que es pasarse
horas y horas ante la televisión o escuchando la radio, sin enterarse jamás de
lo que ven y escuchan, es sólo el ruido de fondo el que les ayuda en el
transcurrir de las horas.
Cuando coincido con personas
mayores en mis paseos o en algún bar, me preguntan que si yo me aburro igual
que ellos, que no saben en qué ocupar su tiempo entre comidas o en las primeras
horas matinales, ya que duermen poco y se levantan muy temprano, y cuando les
digo que a mí me faltan horas del día para hacer todo lo que quiero, se
asombran.
Me gusta preguntar a estas
personas por sus actividades pasadas, qué les gustaba hacer en sus días de
asueto, e intento encausar su tiempo libre sugiriéndoles actividades que quizás
sean de su interés, pero en la mayoría de los casos es predicar en el desierto,
ya que les es muy difícil salir de su día a día.
Aprovechemos las horas, los
días, en cosas que nos agraden, en actividades que antes nunca pudimos hacer
por culpa del trabajo diario. Aprovechemos para aprender cosas nuevas que nos
despierten la ilusión, ya que nunca es tarde para ocupar la mente y las manos.
Tendremos así mayor calidad
de vida. La que nos quede.
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