miércoles, 13 de noviembre de 2019

¡Qué complicado vivir!


A los cincuenta años se había quedado viudo y con un hijo de trece años con síndrome de Down, al que dedicaba todo su tiempo que no era trabajo: lo llevaba temprano al autobús que lo recogía para llevarlo al colegio de educación especial, y se iba al taller de imprenta en donde era encargado, gerente, director y accionista, hasta que a las cinco volvía a recoger a su hijo, con el que no tenía un minuto libre hasta que lo acostaba a las nueve de la noche, y ahí empezaba sus únicos ratos de asueto, que dedicaba a leer sobre la enfermedad de su hijo y a bucear por la red, ya que pertenecía a un grupo de padres y madres con los mismos hijos-problemas.
                                                                     


Su rutina cambió cuando conoció a una madre que había perdido a su hija con un problema parecido, por lo que después de chatear un tiempo por “Skype” con ella, decidió conocerla en persona.
                                                                       


Era una mujer morena de una belleza madura, abierta, simpática y lo que mejor le parecía, que se veía comprensiva y dispuesta a compartir sus sufrimientos, inquietudes y obligaciones, por lo que empezaron a vivir juntos, hasta que un día por presiones de ella se casaron, y entonces empezó todo a cambiar.
                                                                   


Ella empezó a delegar en empleadas de hogar sus obligaciones con el chico, y a intentar vivir a lo grande, pasando la mayor parte del tiempo fuera de su casa: compras, viajes, comidas y caprichos que él pagaba sin rechistar, hasta que un día todo explotó a cuenta de las desatenciones con su hijo y la escalada de gastos.
                                                                  


Esta mujer era una persona desconocida para nuestro atribulado padre, que viendo que los ahorros de toda su vida estaban en verdadero peligro por lo derrochador de su compañera, un día pensó en qué hacer para salvaguardar el futuro de su hijo. Consultó a un abogado y a un notario para poner todo lo que tenía a nombre de su vástago,  nombró a un buen amigo como administrador, y se hizo un gran seguro de vida de un millón de euros pensando en el futuro.
                                                                     


En su casa empezó a tener broncas diarias con su mujer debido a que el dinero había quedado supeditado a su sueldo, que después de pagar los gastos fijos, colegio, empleadas de hogar, y todo lo básico, sobraba muy poco para caprichos y veleidades, hasta que un día ella lo amenazó con matar a su hijo de una forma en que todo parecería consecuencias de las secuelas de la enfermedad.
En la policía no le dieron respuestas como no pusiera una denuncia, pero al no haber indicios de nada, ya que sólo se veía una mala convivencia, no podían actuar.
                                                                      


Pasaron días, semanas, y algunos meses en este estado de cosas, hasta que un día nuestro hombre, que ya no podía más, se colgó con una soga de la lámpara del salón, y todavía pataleaba cuando ella lo sorprendió de madrugada; llamó a emergencias, pero cuando llegaron ya estaba muerto,  dejando una carta donde explicaba todo lo que acabo de contar.
                                                                     


Dicen algunos que el suicidio es una cobardía porque estas personas no se quieren enfrentar a los problemas, pero yo opino que hay que tener muchas agallas para ser capaz de llevar a efecto este terrorífico acto.

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