martes, 17 de agosto de 2010

El encuentro

Casi atropello a una señora para subir primero al autobús. Si. Ahí estaba ella.

Hacía una semana desde que me fijé por primera vez en su presencia. Rubia, ojos azules, ni alta ni baja, correctamente vestida sin llamar la atención. Preciosa y atractiva para mi gusto. Siempre con el portátil colgado al hombro y un libro forrado en papel de periódico en la mano. Yo la miraba constantemente pero intentando que no se diera cuenta, o bien a través de su reflejo en los cristales de las ventanillas o directamente. Me había cazado muchas veces mirándola. En esos casos yo apartaba la vista y disimulaba. Se bajaba cuando llegábamos a la Universidad y se mezclaba con la gente inmediatamente, de tal forma que yo la perdía de vista casi al momento.

Me gustaría hablar con ella y conocerla, ya que era la única persona que me había hecho olvidar a mi antigua novia Sara, que me había dejado hacía un mes, porque decía que era un indolente, que no tenía ambiciones y que me aguantaba con el sueldo de mierda que me daban en la constructora. Yo creo que me dejó porque estaba enamorada de su primo Esteban.

A mí me daba igual lo que pensase nadie. Yo vivía feliz con mis padres y a mis treinta y cinco años cada vez me gustaba complicarme la vida menos. Tenía dinero para lo que se me antojase y una buena pandilla de amigos, algo mermada por las bodas de algunos indeseables.

Me propuse inexcusablemente abordarla la próxima vez que la viera en el autobús. Deseaba hacerla mía.

La ocasión se presentó un día que al subir me di cuenta que estaba libre un asiento al lado de ella.

- ¡Hola!, le dije al sentarme.

No me contestó ni me miró siquiera, pero yo insistí.

- Perdona que te interrumpa tus pensamientos, pero hace tiempo que coincidimos en el autobús y de verdad me gustaría conocerte.

- ¿Y qué es lo que te atrae de mí? Porque tú a mí, nada de nada. Me dijo mirándome de lado.

- Bueno… Me gustas mucho. Quisiera saber cómo te llamas, qué estudias, cosas como esas.

- Me llamo Beatriz, y estudio Farmacia.

- Yo soy Pablo y ya hace tiempo que acabé arquitectura. Trabajo en una empresa haciendo proyectos. Es mi primer empleo y llevo un año.

- Pues qué bien.

Aquí nos quedamos los dos callados sin saber que decir.

- Ya llega mi parada. Hasta otro día, dijo sin mirarme siquiera.

Y se bajó dejándome con la palabra en la boca y yo como un tonto sin reaccionar.

Al siguiente día madrugué para irme a la primera parada del autobús y ver donde se subía y coger dos sitios.

Cuando subió se me quedó mirando con un rictus de sonrisa y vino a sentarse a mi lado.

- Eres pesadito ¿No?

- Ya te dije que me gustabas mucho. Me gustaría quedar contigo y charlar. Por cierto ¿Qué lees? No me lo digas. Seguro que Borges o Camus, o quizás a Pérez Reverte

- Pues no leo hace tiempo y esto que parece un libro es una agenda de citas para mi trabajo, porque yo estudio y trabajo ¿Sabes?

- Ya que tienes a mano el libro de citas ¿Por qué no me das una?

- Pero ¿Tú sabes a qué me dedico?

- Me da igual. Dime donde y cuando voy y haremos negocios.

¡Y vaya si lo hicimos!

- ¿Te viene bien mañana a las seis de la tarde?

- Estoy deseando que llegue.

- Pues aquí te apunto la dirección.

Y salió corriendo a punto de cerrarse las puertas en su parada.

Desde ese momento ya no presté atención a nada, casi ni comí, todo el tiempo pensando en esos ojos azules y en esas redondeces que me obsesionaban.

A las cuatro y media ya estaba duchado y vestido con mi mejor traje. Bueno con mi único traje y hasta una corbata nueva me había comprado y mucha colonia.

Compré unos bombones para mi amada, pues soy alérgico a las flores, y me encaminé a mi cita.

La dirección que me dio resultó ser un sitio que se llamaban “Termas de Quintiliano”. En la entrada me atendió una señorita hermosísima, que con una dentífrica sonrisa me pasó a un jardín interior para esperar a Beatriz.

Al momento apareció vestida con una bata blanca escotadilla y con una gran sonrisa me largó dos besos que no esperaba.

- Sígueme me dijo, te voy a enseñar esto.

Tengo que reconocer que estaba totalmente cortado y me sentía el sudor cayendo por mi espalda.

- Aquí tenemos todo lo relacionado con la relajación. Lo máximo en spa. Hidromasajes, sauna finlandesa, jacuzzi, termas, baños de barro, de chocolate, masajes, de todo.

En el momento que dijo chocolate yo le alargué con mi mejor sonrisa la caja de bombones que había comprado.

- Yo te recomendaría una sauna con baños en las piscinas y un masaje con aceites.

- ¿Y cuanto vale esto? Pregunté tímidamente.

- Pues lo que te digo cien euros.

- Y ¿Quién me da los masajes?

- Pues hay más señoritas, pero si quieres te lo doy yo.

- Por supuesto.

Me llevó a un saloncito para invitarme a lo que quisiera. Me dijo que cobraban por adelantado. Al entregarle mi tarjeta de crédito, me miró con una preciosa mirada pícara y me dijo:

- Si quieres un masaje integral serían 180 €.

- Por supuesto, dije yo a más de mil.

Nunca podréis imaginar lo bien que lo pasé con Bea, esa vez y muchas más cuando tenía dinero.

Fue la mejor época de mi vida.



En Zizur Mayor a 17 de Agosto del 2010



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