viernes, 2 de septiembre de 2011

...Y anochece que no es poco


“Al carajo el despertador”, fue lo primero que dije a las siete de aquella fatídica mañana cuando al intentar apagar su aparatoso sonido, tiré al suelo y rompí la “Estación Meteorológica” de 140 euros.
Me tiré de la cama descalzo entre los improperios de mi mujer, que me hizo aguantar el grito a pesar de pisar una esquirla y sangrar por la herida. Recogí como pude el destrozo ante la indiferencia de mi conyugue que seguía durmiendo y me dirigí al cuarto de baño para mi aseo.
Al empezar a afeitarme y cortarme dos veces, constaté que como siempre, habían cogido mi maquinilla para depilarse sin cambiar la cuchilla después. En fin, el mal ya estaba hecho, a joderse tocan.
Al abrir el agua caliente noté, una vez más, que nuevamente se había agotado la bombona de butano en el momento de ir a ducharme yo. Estaba predestinado a recorrer en bolas el piso para cambiarla.
Subsanado el incidente me acabé de vestir y me reuní con mis hijas y su madre en la cocina para el desayuno. Estaba tan cabreado que me tomé de dos sorbos el café sin pronunciar palabra, y salí pitando para el sótano a recoger el coche, donde dos operarios miraban un bajante roto al lado de mi coche.
“Le íbamos a avisar para que quitara el coche, ya que está cayendo porquería”, me dijeron al ver acercarme a mi coche, cuya puerta izquierda,  estaba justo debajo del tubo siniestrado.

                                                                                  
En el momento de abrir la puerta, empezó a salir por aquel agujero todo el torrente de porquería propio del despertar de las incontinencias nocturnas del bloque, que cayó sobre mí antes que me diera tiempo de meterme en el habitáculo. Estaba empapado de mierda de arriba abajo, yo y el coche.
Cuando aquello paró salí cagándome en todo lo que se movía, ante las carcajadas de los dos obreros que se habían escondido para que no los viera.
Subí nuevamente al piso en este estado lamentable  y oliendo a mierda pura. Empecé a desnudarme en el cuarto de baño haciendo un montón con toda la ropa, y al ir a quitarme los pantalones, resbalé a pesar de agarrarme a la cortina de ducha cuyo riel arranqué de la pared, pegándome un tremendo porrazo contra el lavabo, y quedar semiinconsciente en el suelo.

                                                                                
Al momento vi,  como mi mujer con un cuchillo de cocina y precedida de mis dos hijas me decía: “Si se mueve lo mato. Marta, llama a la policía”.
“Toñi, soy yo Ramón, llama a una ambulancia que me duele todo y no me puedo mover. Ahora te explico”, le contesté ante las caras de asombro de las tres y sus correspondientes caras de asco.
Una vez explicado el trance, las niñas se fueron porque les daban vómitos, igual que a mi esposa que no paraba de dar arcadas, mientras me desnudaba y me limpiaba con toallas sentado en el suelo del baño. Yo seguía sin poder moverme, con un tremendo dolor en la cintura y en el brazo derecho, que notaba perfectamente que estaba roto.

                                                                                     
Al final tras larga espera, llegaron los de la ambulancia. Según el facultativo, tenían que llevarme al hospital, y la camilla no cabía en el ascensor, así que me pusieron en una especie de silla articulada, y empezaron a bajarme por la escalera. Eran cuatro contando el médico y el enfermero, pero no podían con mis noventa kilos. En un descansillo, me tiraron por las escaleras, ante mis gritos, palabrotas que yo nunca antes había dicho, y blasfemias a cual más grandes y  peores.
Todos los vecinos estaban en sus puertas viendo pasar el cortejo. La vieja sorda del 2º decía  cuando me tiraron, que me iba arrepintiendo de mis pecados, pues iba nombrando a Dios.
Después de un pequeño accidente con la ambulancia, llegamos al hospital, y en urgencias empezaron a hacerme pruebas de todo.

                                                                                  
Tenía rota la cadera izquierda y el brazo derecho, así como un traumatismo cráneo-encefálico de carácter leve. De verdad, lo que sentía eran tremendos dolores en todo el cuerpo, así como un penetrante olor a mierda que no se separaba de mí a pesar de haberme lavado nuevamente.
Me operaron y escayolaron con anestesia total, estando más de dos horas en el quirófano, pues cuando abrí los ojos en la sala de despertar, inmovilizado como estaba y con muchos dolores, era casi de noche, según me dijo el equipo médico ante las sonrisas de las enfermeras, que se imaginaban el número que había montado en mi casa.
Pedí más calmantes, y le dije a la auxiliar que me pinchaba mucho la escayola. Lo único que faltaba es que me hubieran dejado dentro unas tijeras.
Me fui durmiendo nuevamente poco a poco. Ya estaba más tranquilo, se acababa el día y… anochecía que no era poco.


En Cizur Mayor, a 2 de Septiembre del 2011

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