miércoles, 21 de marzo de 2012

La opositora

Ya se veían los primeros claros del día a través de la ventana de la cocina. Laura se tomaba el primer café de esta incipiente y preciosa mañana, pensando en lo que se le venía encima. 

                                                                            
Llevaba casi un año preparando las oposiciones a funcionario de la Junta de Andalucía, y por fin era llegado el momento en que se lo jugaría el todo por el todo para conseguir una de las 350 plazas. Aún tenía tiempo de tomarse tranquilamente el café y pensar un poco en cuanto sacrificio le había costado prepararse, pues entre la casa, su hijo, su marido y el trabajo de por las tardes no le quedaba sino las horas del sueño para estudiar. 
Se casó muy jovencita, pero siempre había trabajado en alguna cosa, pues su marido la animaba y ayudaba en todo y además era un cielo de hombre con el cual era feliz a pesar de las contrariedades y los problemas. Llevaban viviendo juntos desde hacía dos años cuando se había quedado embarazada casi sin saberlo, pero que contentos se pusieron los dos cuando se enteraron de lo que venía, compartiendo todas las nuevas obligaciones con gusto, y lo que es aún más importante con alegría.

                                                                          
Últimamente el trabajo les había escaseado, pues no encadenaban ninguno más de seis meses seguidos en la misma empresa, y los políticos aún lo habían empeorado para el futuro en nombre de no sé qué ventajas para los parados. ¡Partida de ineptos! Se acabó el café, llamó a Juan y empezó a dar el biberón al niño, pues lo tenían que dejar con los abuelos en un rato. 
Mientras tanto, eran las siete de la mañana y casi había amanecido un despejado día de finales de Mayo, cuando le había llegado el momento de jugarse su futuro en competencia con otras 35.000 personas, pero estaba segura de que una plaza sería para ella. 
Y así fue como entró en el aula con su carnet de identidad en una mano y varios bolígrafos en la otra dispuesta a lo que fuera. Tres horas de concentración y de escribir sin dudas porque estaba segura de haberlo hecho bien. Si pasaba el corte, aun le quedaría el examen oral ante el tribunal, pero ya era cuestión de templar los nervios, pues los temas los dominaba perfectamente.

                                                                                   
Fue a casa de su madre a ver si todo iba bien con el crío, tomó un bocado y se marchó a la cafetería, su trabajo actual, para cubrir su turno hasta las diez de la noche. Se sentía bien y feliz a pesar de todo lo que llevaba por delante. Ojalá que en los próximos años cambiaran un poco las cosas y pudiera acabar de criar a su hijo dedicándole más atención. 
Como siempre que tenía el turno de tarde, Juan fue a recogerla, pasaron a por el bebé y marcharon a casa contándose el día y los pormenores acaecidos. ¡Qué simple eran sus vidas!, diría alguien que hasta aburridas de rutinarias, pero a ellos les parecía estar viviendo en el mejor de los mundos posibles, pues necesitaban muy poco para ser felices. 
Se tenían el uno al otro y tenían un precioso hijo. Si el trabajo no les faltaba, mañana sería mejor que hoy ¿y después? Después Juan se quedaría fijo en alguno de los estudios para los que hacía trabajos o se establecería como autónomo, y ella sería una funcionaria del estado. 
Ya en la cama y con el niño dormido, hicieron el amor y se abandonaron al sueño reparador abrazados, riéndose de las tonterías que él le decía al oído de ella. 
Que sencilla es la felicidad.

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