Bueno, pues después de una temporada en el paro,
iniciaba una nueva andadura en una empresa que gestionaba las deudas y los
pagos de pequeñas y medianas compañías.
Era un contrato de tres meses prorrogable en función
de demanda y resultados, que no llegaba a los mil euros, pero es lo que había.
Éramos tres en el “equipo” según decía Toni, que ejercía como mando intermedio
con el “supremo” al que no veíamos, pues su despacho se ubicaba en la
denominada “planta noble” del pequeño chalet, donde se ubicaba la empresa.
El tercer componente del equipo era María,
despampanante mujer que me pareció medio liada con Toni, a la que aliviaba
constantemente del trabajo, pues se llevaban más tiempo en la cafetería que en
la mesa de trabajo, de forma que yo me llevaba casi todo el peso de los
abultados expedientes que había que analizar y resolver.
Yo no protestaba, pero en la cara se me veía que no
estaba de acuerdo con lo que estaba pasando, pues mientras ellos tonteaban mi
horario de salida se iba dilatando por el peso del trabajo pendiente, a pesar
de lo cual tuve que aguantar que se me dijera que mi trabajo era lento y que se
acumulaban los expedientes.
Tuve la preocupación de ir señalando de una forma
astuta todos los papeles que pasaban por mi mano, pues como perro viejo que
era, sabía a lo que me exponía en aquella oficina siniestra.
Además del estrés del trabajo, tenía que soportar el
socarrado acoso del que era objeto con
amenazas indirectas que tanto la niña como Toni dejaban caer cada dos por tres
en forma de frases lapidarias, aunque llegó un momento que me encerré en mi
mismo mejorando todo lo que podía el trabajo.
Hasta que un día observé como mi compañera no dejaba
de llorar ante la indiferencia de Toni, por lo que pasados dos días me atreví a
preguntar a María que qué le pasaba, y a borbotones de llantos se desahogó
conmigo, ya que estábamos los dos solos.
Estaba embarazada, pero no sabía si de Toni o de su
novio de toda la vida. Joder, aquello era demasiado y coincidía con el final de
mi contrato de tres meses, con lo que no sabía en qué me iba a salpicar todo
aquello, pero seguro que me manchaba y debía estar preparado.
El día último de mi trabajo, fui llamado al despacho
del gran jefe, al que sólo conocía de cuando me contrató. Me recibió con cara
seria, sin invitarme siquiera a sentarme.
Me echó en cara la lentitud y mi desgana para el
trabajo, mis escapadas continuas al bar y a otros asuntos, (esto no lo entendí
hasta el final), con lo que sintiéndolo mucho no iba a continuar en el puesto,
presentándome el finiquito para firmarlo y se acabó.
Yo me quedé donde estaba y le pedí cinco minutos de
escucha.
Con desgana me dijo que hablara, pero que la cosa
acababa allí.
Yo le desgrané una a una todas las cosas que
ocurrían en la oficina, incluidos los manejos de Toni con María, y que el 90%
del trabajo de aquellos meses había pasado por mis manos, aún a costa de echar
muchas horas extras.
Su escéptica cara se fue transformando en enfado,
pero yo le dije que cada contrato o expediente que había pasado por mis manos
tenía una pequeña ese en la esquina inferior izquierda, con lo que le rogaba
que repasara todo y vería quien había hacho el trabajo.
-Además, me dijo, está el embarazo de María del que
eres responsable, ya que Toni me lo ha contado todo.
Me quedé de piedra ante dicha acusación y le pedí
que llamara a los compañeros para hablarlo juntos. Le di pelos y señales del
tonteo que se traían aquellos dos, lo que podía corroborar tanto en la
cafetería de enfrente como en los Apartamentos “El Águila” donde se refugiaban
casi todos los días.
Me miró muy serio
con cara de duda pero a la vez de furia.
-Coja el finiquito y adiós, me respondió sin darme
la mano siquiera.
Al pasar por la oficina tenía ganas de echarme en
cara a Toni y a la niña, pero no había nadie y la recepcionista me dijo que
tenía orden de que le entregara las llaves. Así lo hice y me marché.
Iba cabreado por la injusticia que acababan de
cometer conmigo. Así se hundían las empresas y la culpa a los currantes.
Llegué a casa en este estado, pero queriendo
disimular delante de mi familia, a la que comuniqué mi despido.
Estaba a punto de acabar aquella semana nefasta,
cuando recibí una llamada del “señorito” director que me había echado, pidiéndome
me pasara el lunes a primera hora por su despacho.
Todo el fin de semana estuve dudando si iría, pero
al final acudí a la llamada pero con una actitud de persona seria y agraviada
por aquellos ineptos.
Me recibió correctamente sin llegar a la efusión. Me
hizo sentarme frente a él, pidiéndome lo perdonara por todo lo anterior que había
sido un malentendido, y que había llegado al fondo de todo.
Yo sería el jefe del nuevo departamento, y que debía
buscar dos personas capaces para hacer el trabajo que se venía haciendo. De mis
antiguos compañeros no quedaba nadie por lo que empezábamos de cero.
Por supuesto me subió bastante el sueldo ya con un
contrato indefinido, y aquí he pasado los últimos 35 años de mi vida. Compré la
empresa hace unos años, pero aún recuerdo todo aquello por lo que me sigo
preocupando personalmente de mimar mi capital humano, pues me están haciendo
rico.
hola, sabes acabo de entrar a un trabajo hace 8 meses y tambien me esta´pasando algo parecido de comontarios quew no son, paro tengo una responsabilidad con 3 hijas asi que esperar hastavv donde llegan, espero que sigas contando.
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