Tendría
Juanito unos diecisiete años aquella desapacible mañana sabatina de
Febrero cuando acudió a abrir la puerta de su casa, sin imaginar
que con aquel mecánico gesto acababa una trascendental etapa de su
vida.
Vivía
en aquel caserón heredado de los abuelos, con sus padres y su
hermano Felipe, que era unos años mayor que él, y le gustaba que
después de discusiones sin cuento, que le hubieran dejado instalarse
en el torreón, pues además de la magnífica vista panoramica, era
el lugar más tranquilo y alejado del ajetreo de la casa, con lo cual
podía concentrarse en sus estudios sin ser molestado.
Bueno,
pues aquí tenemos a nuestro Juan que abre la puerta y se encuentra
con Rosa, la novia de su hermano, y otra mujer un poco mayor que
ella pero de muy buen ver, que le presenta como su madre. “Pues
la madre está mejor que la hija”,
pensó Juan.
Hacen
las presentaciones de rigor en el salón de la casa, y antes las
alabanzas hacia la vivienda con que se explayó Sofía, la madre de
Rosa, nuestro Juanito se ofrece a enseñarle la casa a la suegra de
su hermano.
Ella,
con gran desparpajo, se cuelga de su brazo dispuesta a dejarse llevar
a donde sea, con el consiguiente sonrojo de nuestro amigo, cuyas
hormonas se ponen en alerta al sentir el duro roce del seno derecho
contra su brazo.
Van
pasando de habitación en habitación entre bromas, insinuaciones de
la dama y risas, con los muebles tapados del piso superior que no usa
la familia, pues prácticamente hacen la vida en la planta baja,
menos la habitación de Juan, que como ha quedado dicho, habita el
torreón en la última planta.
Pues
es llegado a este punto del recorrido, donde los roces y los toque,
que parecían casuales, se vuelven intencionados y sin saber cómo,
nuestro amigo se encuentra entre los dos magníficos pechos de Sofía,
que a renglón seguido acomoda su rizada cabeza entre los muslos de
Juanito.
Después
del “aperitivo” y una vez se hubieron marchado ambas mujeres,
nuestro amigo quedó en un estado serio y febril, pensando si todo lo
que le había pasado había sido real o producto de un fogoso sueño
de adolescente.
Quiso
la casualidad, que la novia de su hermano viviera casi junto al
Instituto de Juan, con lo que ni decir tiene, que los encuentros
entre nuestro amigo y Sofía se hicieron muy frecuentes, hasta que un
día al ir a entrar a la casa como siempre por la puerta de atrás,
vio que la moto de su hermano estaba aparcada en el lateral del
chalet, con lo que cogió la llave de donde siempre, y al entrar sin
querer hacer ruido, otra mano desconocida le tapó la boca.
Era
Rosa, que entre cuchicheos le cuenta que su hermano se acuesta con la
guarra de su madre, y tira de Juan hacia el cuarto de ella, donde una
vez echado el pestillo a la puerta, se le queda desnuda, se abalanza
sobre él y hacen el amor en silenciosos orgasmos entrecortados, pero
apasionadamente.
Nuestro
amigo salió de allí con un caos total en la cabeza y un regusto
dulce en su boca, que había paseado por aquel hermoso cuerpo de
mujer hasta por los rincones más íntimos, aunque se prometió
internamente convencido, que no volvería mas por aquel lugar de líos
y enredos.
A
pesar de todo volvió un par de veces más ante el acoso de Sofía,
pero ya las cosas no le parecían igual o se había apagado un poco
la llama del deseo.
La
separación definitiva se produjo cuando su hermano se fue a vivir
con su novia a otra ciudad, y Sofía se enredó con un militar que le
doblaba la edad y que se la llevó a vivir a una base al otro lado
del mapa.
Cosas
que les pasa a algunos adolescentes en la vida real y que no solo
pasa en las novelas. La realidad supera a la imaginación.
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