jueves, 6 de junio de 2013

Solo tristeza

Después de tantos gritos, reproches y acusaciones, solo sonó la puerta al cerrarse. Me dejé caer sobre el sillón con la mente en blanco, cómo si no supiera que había pasado un tsunami sobre mi cuerpo y mi mente, aunque aún respiraba.
No. Mi vida no iba ser fácil a partir de ahora pero esto tenía que pasar, se veía venir. Era una tensión acumulada de muchas cosas, algunas muy pequeñas, otras grandes.
                                                    


Antes de la jubilación estábamos separados casi toda la semana, pues su trabajo era viajar por una zona muy amplia y los domingos y algunos sábados era cuando convivíamos, eso sí entre silencios, medias palabras, verdades a medias y monosílabos, muchos si y no, y alguna que otra frase de urbanidad, pues éramos personas educadas.
Ya estábamos los dos solos, en una individualidad cada vez más deseada. Los hijos marcharon y ya únicamente nos reuníamos en Navidad y en algún que otro raro acontecimiento.
                                                   


No necesitaba hacer ningún análisis para saber qué nos había pasado, pues era claro que ya no nos queríamos sino que sólo nos servíamos el uno del otro como la noche se sirve del día, pues si no, no existiría nocturnidad.
Atrás quedaba la lucha por la vida en común, pues nos habíamos casado muy jóvenes y tenido los hijos casi enseguida, con lo que solo pensábamos en ganar un poco más para la guardería, los colegios, la hipoteca del piso, el crédito del coche y un largo etcétera que es en lo que se convertía la vida de las parejas que nos había tocado vivir en ese trocito de la historia.
                                                     


Todo era silencio ahora, solo interrumpido por el ruido del frigorífico o el de algún coche que pasaba raudo por la calle.
No sé el tiempo que me llevé en aquel estado de semiinconsciencia, pero la habitación se iba oscureciendo con la caída de la tarde, de aquella última tarde de convivencia si a eso de los últimos años se le pudiera llamar así.
                                                     


En algún momento me había podido el sopor y desperté al cabo de no sé cuánto tiempo, con el silencio doliéndome en las sienes y la boca seca, pero no me moví de cómo estaba y de donde estaba. Ahora sí quería pensar en mi futuro o si acaso dejarme llevar por la nada o por la indolencia que hasta me parecía deseable en aquella tristeza de situación.
Ya no importaba el tiempo ni si pasaba de la vida, todo daba ya igual.
Sólo me quedaba tristeza.


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