sábado, 4 de enero de 2014

Queridos Reyes Magos:

Tenía doce años y al ser la mayor de sus tres hermanos se daba cuenta de las cosas. Su familia no estaba pasando precisamente por sus mejores momentos, ya que la felicidad de la que disfrutaba antaño su entorno, se había visto truncada por la falta de trabajo de su padre y la consiguiente estrechez del momento, por lo que se dispuso a escribir la carta a los Reyes Magos, no sin pensar bien antes que le podían traer a ella y a su familia en semejante situación.
                                                                             


Después de emborronar varias hojas de cuaderno sin atreverse a expresar sus verdaderos deseos, se decidió al fin por la idea que le rondaba la cabeza hacía unos días, por lo que sólo escribió unas pocas líneas en donde pedía un trabajo para su padre que llevaba parado tres años, a pesar de ser un hombre muy trabajador y que sabía hacer de casi todo.
En este tiempo de penurias había trabajado ocasionalmente de un montón de cosas, desde comercial a tendero, albañil, fontanero, mecánico, panadero y hasta de aparcacoches, aunque estos trabajos se continuaban sólo por unos meses, pero él inasequible al desaliento, seguía pateando la calle a diario para encontrar algo y llevar lo mínimo necesario a su casa.
Elisa, que así se llamaba nuestra niña, plegó la carta, adjuntó un currículo de su padre metiéndolos en un sobre, y sin dudarlo dos veces lo dejó en la oficina de correos más próxima a su casa.
                                                                                   
  
Estas Navidades habían sido especialmente tristes para ella, pues su abuelo a quien quería enormemente y que además había paliado en parte las necesidades familiares, había fallecido recientemente después de una penosa y larga enfermedad, por lo que realmente tenía pocos motivos para la alegría y la risa contagiosa de la que siempre había disfrutado.
Llegó la noche de Reyes, y les dejaron a los hermanos algunos juguetes no especialmente valiosos que llenaron el hueco de la fiesta, pero el verdadero regalo llegó unos días después, en forma de cita para su padre ofreciéndole una ocupación.
No se sabe por qué derroteros, la carta a los Magos de Oriente cayó en manos de un buen hombre, que a punto de jubilarse, le ofrecía seguir con un pequeño negocio de confitería y pastelería en una zona muy céntrica de la ciudad y que marchaba estupendamente.
                                                                                 


Y los Reyes Magos, fueron más magos que nunca, pues gracias a los vericuetos que la diosa fortuna deparó a aquella carta llena de ganas y de ilusiones de Elisa, aquella familia volvió a tener felicidad, ya que en estos tiempos difíciles, ¿Que mayor dicha que tener trabajo para sacar a los tuyos adelante? ¡Bendita sean las buenas gentes que piensan en los demás!


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