Tenía
doce años y al ser la mayor de sus tres hermanos se daba cuenta de
las cosas. Su familia no estaba pasando precisamente por sus mejores
momentos, ya que la felicidad de la que disfrutaba antaño su
entorno, se había visto truncada por la falta de trabajo de su padre
y la consiguiente estrechez del momento, por lo que se dispuso a
escribir la carta a los Reyes Magos, no sin pensar bien antes que le
podían traer a ella y a su familia en semejante situación.
Después
de emborronar varias hojas de cuaderno sin atreverse a expresar sus
verdaderos deseos, se decidió al fin por la idea que le rondaba la
cabeza hacía unos días, por lo que sólo escribió unas pocas
líneas en donde pedía un trabajo para su padre que llevaba parado
tres años, a pesar de ser un hombre muy trabajador y que sabía
hacer de casi todo.
En
este tiempo de penurias había trabajado ocasionalmente de un montón
de cosas, desde comercial a tendero, albañil, fontanero, mecánico,
panadero y hasta de aparcacoches, aunque estos trabajos se
continuaban sólo por unos meses, pero él inasequible al desaliento,
seguía pateando la calle a diario para encontrar algo y llevar lo
mínimo necesario a su casa.
Elisa,
que así se llamaba nuestra niña, plegó la carta, adjuntó un
currículo de su padre metiéndolos en un sobre, y sin dudarlo dos
veces lo dejó en la oficina de correos más próxima a su casa.
Estas
Navidades habían sido especialmente tristes para ella, pues su
abuelo a quien quería enormemente y que además había paliado en
parte las necesidades familiares, había fallecido recientemente
después de una penosa y larga enfermedad, por lo que realmente tenía
pocos motivos para la alegría y la risa contagiosa de la que siempre
había disfrutado.
Llegó
la noche de Reyes, y les dejaron a los hermanos algunos juguetes no
especialmente valiosos que llenaron el hueco de la fiesta, pero el
verdadero regalo llegó unos días después, en forma de cita para su
padre ofreciéndole una ocupación.
No
se sabe por qué derroteros, la carta a los Magos de Oriente cayó en
manos de un buen hombre, que a punto de jubilarse, le ofrecía seguir
con un pequeño negocio de confitería y pastelería en una zona muy
céntrica de la ciudad y que marchaba estupendamente.
Y
los Reyes Magos, fueron más magos que nunca, pues gracias a los
vericuetos que la diosa fortuna deparó a aquella carta llena de
ganas y de ilusiones de Elisa, aquella familia volvió a tener
felicidad, ya que en estos tiempos difíciles, ¿Que mayor dicha que
tener trabajo para sacar a los tuyos adelante? ¡Bendita sean las
buenas gentes que piensan en los demás!
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