lunes, 11 de agosto de 2014

El nicotinainómano acosado

He vuelto a fumar después de muchos años sin hacerlo, y la verdad es que no me daba cuenta del arrinconamiento social y a la persecución a la que está sometido el que se atreve a encender un cigarro fuera de la soledad del retrete propio, y eso siempre que no haya ningún no adepto familiar esperando su turno.
Cuando voy al norte a casa de mi hija, sólo puedo fumar en la calle o en la abierta terraza del ático, con impermeable o abrigo y con un paraguas que me proteja de las inclemencias del tiempo. Así no se disfruta del vicio, y para colmo tienes que aguantar todo tipo de broncas familiares incluso de los propios nietos.
                                                                            


Estando un día paseando por un parque cercano a casa, me senté en un banco alejado de donde trotaban los niños para disfrutar del vicio, y sólo acababa de encender el cilindrín, cuando una joven señora con el carrito de su hijo y un perrito atado con correa a la muñeca de la susodicha, me increpó:
-Parece mentira, que alguien fume donde hay niños ¿No le da vergüenza?
-Señora, le dije, me he venido a lo más alejado del parque para no molestar, y usted ha llegado hasta donde estoy, no ha recogido la bolsa vacía de patatas que su niño a tirado al suelo, su delicioso pequinés se ha cagado a una cuarta de mi pié y usted no ha recogido tampoco la mierda ¿Quién de los dos tiene menos vergüenza?
Por supuesto no me contestó, pero consiguió que yo apagara mi cigarro y me fuera andando deprimido parque adelante.
En Japón no se puede ni fumar en la calle, sólo en algunas zonas abiertas y acotadas, al lado de los cagaderos caninos autorizados.
Pronto, va a ser más fácil drogarse que echarse unas humildes caladas.
                                                                         


Decía mi amigo Rafael, que el odiaba la literatura desde que las tabaqueras empezaron a ponernos avisos de cancer, pero es que ahora que ponen imágenes, odia la fotografía.
Todo esto me recuerda cuando con doce años, nos metíamos cuatro o cinco a fumarnos un cigarro en el wáter del colegio, perseguidos a muerte por el hermano Valeriano, que nos registraba para quitarnos el tabaco para fumárselos él, y encima nos castigaba sin recreo de la tarde y se lo decía a nuestros padres, por lo que los guantazos eran seguros.
¡Qué horror! Hemos vuelto para mal a los años de la peor represión, ensañándose con los humildes adiptos al tabaco, ya que no nos pueden perseguir por soflamas políticas ni por manifestarnos. Bueno, esto último ya veremos, pues también lo quieren prohibir.
                                                                            


Estamos tan mediatizados, que no sabes muy bien a qué atenerte en algunas circunstancias. ¿Se puede fumar en un cementerio?
¿Y en la cárcel? ¿Y cuando estás viendo una maratón o cualquier prueba deportiva a cielo descubierto? ¿Y en los cines de verano?
¿Y en las playas nudistas, dónde se lleva el paquete de cigarrillos y el mechero?                                                                             


Viene al pelo, aquel chiste de la señorita que fue a confesarse, y llevando ya un rato diciéndole sus pecados al sacerdote, increpó a éste:
-Padre, huele usted mucho a tabaco, y siguió arrepintiéndose.
Al rato, volvió a quejarse al cura:
-Padre huele usted mucho a aguardiente.
A lo que el hombre ya cansado de quejas le contestó.
-Hija, yo a ti te estoy oliendo a puta dese que entrastes y no te he dicho nada.
Pues eso.


5 comentarios:

  1. Me da igual tu opinión, pero cuando se dice algo se da la cara y no la cobardía del anónimo.

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  2. Muy bueno José, besos Roberto

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    1. si dejaste el tabaco, dejalo otra vez Machista, Penoso y Salido

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