Apareció
en portada y a toda página en un periódico tendencioso, la foto de
un cadáver cubierto con una sábana y rodeado de policías
nacionales. El pié de foto decía así:
“Muerto
el secuestrador del parque de un disparo cuando intentaba huir”.
En
el interior, relataba cómo el presunto secuestrador y violador de
cuatro niñas, al ser descubierto llamando a una menor que jugaba con
otras pequeñas, fue rodeado por varios vecinos y al intentar huir,
un guardia de seguridad le había disparado muriendo en el acto.
Esta
es la primicia errónea dada por este rotativo que nunca rectificó,
y ahora la noticia en los demás medios de comunicación.
Eustaquio,
pues así se llamaba el presunto raptor, había sido un joyero de
fama en una ciudad del sur de España en años pasados, que viendo
que su negocio decaía peligrosamente, amplió su establecimiento a
otros artículos afines, entre ellos los relojes, creando su propia
marca que empezaba a dar frutos.
Para
esto, compraba las maquinarias a una empresa china, las carcasas y
las correíllas se las hacían aquí según sus criterios de diseño,
para lo cual creó una empresa con seis empleados que montaban y
terminaban los relojes.
Estando
casado desde hacía dos años y su mujer de seis meses de gestación,
fue cuando sucedieron los hechos que lo llevaron a la ruina total y a
su desgracia personal.
Pasó,
que la empresa china le hizo una irresistible oferta si compraba gran
cantidad de maquinaria al contado, por lo que vendió cuanto tenía y
se embarcó en el fallido negocio, pues su dinero desapareció igual
que la fábrica china, dejando a un montón de empresarios en la
ruina, entre ellos a Eustaquio.
Y
como las desgracias no vienen solas, su mujer lo responsabilizó de
todo y le pidió el divorcio inmediato.
Decidió
desaparecer para empezar de nuevo en algún lejano lugar, pero antes
le entregó a su ya exmujer para que pudiese subsistir con el hijo
que venía, lo único que le quedaba de valor, y era una bolsita de
terciopelo rojo con cierta cantidad de valiosos diamantes, herencia
ancestral de su familia.
Pasaron
los años, y el fracasado joyero volvió a levantar cabeza, e intentó
por todos los medios a su alcance contactar con su anterior pareja y
su descendiente, pues hasta ignoraba si era varón o hembra, y viendo
que pasaba el tiempo y no lograba conocer el paradero de ella,
encargó a una empresa de detectives su localización.
Apareció
en la otra punta del país, tenía una hija de ocho años que se
llamaba Ana, y se había casado con un afamado abogado.
Puesto
en contacto finalmente con ella, pidió y rogó de todas las formas
posibles conocer a su hija, pero sólo encontró negativas, y
acusaciones con insultos y amenazas.
Había
constatado que su hija bajaba a ese parque en compañía de una
señora sudamericana, y un nefasto día se atrevió a llamarla: “Ana,
soy tu padre”.
La
niña se asustó ante este desconocido y empezó a gritar llamando a
su tata, ésta también empezó a pedir socorro pensando que le
querían raptar a su niña, acudiendo gran cantidad de gente que
empezó a pegar a Eustaquio con todo: patadas, puñetazos, piedras,
palos, etc. Llegaron varios obreros de una obra cercana y la
emprendieron a martillazos con él, y al intentar escapar en su
último halito de vida, un seguridad le disparó a quemarropa
causándole la muerte inmediata.
Su
última palabra fue: “Ana,
hija…”
con la única foto que tenía de ella apretada en la mano.
¿A
quién culpamos del asesinato de esta persona al que sólo movía el
humano cariño por su hija?
Linchar
y después preguntar. Ustedes mismos.
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