Llevaba unos años en
descanso obligado después de toda la vida trabajando duro, pues en los tiempos
en que era un hombre activo pasó por varios trabajos, debido a que en la última
gran empresa en la que estuvo, lo despidieron a los 43 años, y al no encontrar
trabajo en lo que había hecho siempre, montó varios negocios por lo que ya fue
autónomo hasta su jubilación, por lo que con las matemáticas de los últimos años
cotizados, le quedó una pensión bastante exigua para todo lo que había pagado
con sus nóminas.
Vivía solo en un piso de su
propiedad, (sus ahorros de toda la vida), pues aunque sus hijos querían que
habitara con ellos, a él su independencia le parecía fundamental.
Gran aficionado a los libros
desde siempre, poseía una enorme biblioteca aunque en los últimos tiempos
compraba pocos libros, estaban carísimos, y siempre en ediciones de bolsillo o
en mercadillos de segunda mano.
Pasaba por todas las bibliotecas
públicas a su alcance para abastecerse de lectura, su único vicio, pues hasta
del tabaco se había quitado y no por prescripción facultativa, sino porque el
peculio no le alcanzaba.
Estricto en las comidas y
bebidas ya que los gastos fijos no le permitían ningún dispendio, aunque no
renunciaba a Internet ni a su teléfono fijo, esta última exigencia de su prole,
ya que el móvil lo devolvió por no poder pagarlo.
Su entretenimiento aparte
del anteriormente descrito y el de visitar gratis todo lo que a su condición de
jubilado se le pusiese a tiro, eran sus largos paseos sólo o con sus nietos que
verdaderamente le hacían renacer en ánimos y juventud, pues se identificaba
perfectamente con los jóvenes que le aportaban un aire nuevo que él absorbía
como vitaminas, y a los que siempre les decía lo mismo:
”Aprovechad todas las
oportunidades que se os presenten en la vida. El único tiempo es el presente”.
No le interesaban ni la
política ni el deporte, lo único que veía en televisión eran algunas series y
películas del “Viejo Oeste”, con las que disfrutaba.
Y así era feliz. No
necesitaba más, aunque tampoco podía vivir con menos, ya que su pensión
prácticamente estaba congelada a pesar de todo con lo que había contribuido a
“papá estado”.
Quería no morirse nunca sin
ver otra vez la caída de las hojas, ni
oler cada vez las rosas en primavera, volver a paladear el jugo de una
buena naranja, o probar lo último en artilugios audiovisuales.
Se le veía alegre y
entusiasta.
¿Quién dijo que la vejez era
triste? Mentira, y si no ved la mirada de mi amigo Eugenio.
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