Era una chica de su tiempo,
aunque tremendamente introvertida que vivía en su mundo interior como si el
entorno de su vida no le importara lo más mínimo, por eso una mañana muy
temprano sus padres tuvieron una conversación mientras preparaban el desayuno
antes de marchar cada uno a sus muchas obligaciones empresariales, ya que
mantenían un alto nivel de vida que necesitaban mantener a toda costa, y se
empleaban a fondo en estos malos momentos de la economía.
-“Aurelio, quisiera
comentarte algo.”
-“Dime.”
-“Vengo notando a tu hija
rara en estos últimos días, y aunque ella es como sabes ya, me gustaría que la
llevaras al médico y que le hiciera un buen reconocimiento”.
-“¿Qué es lo que le notas?”
-“No te lo podría explicar,
pero tengo una intuición.”
-“Tu hija ya sabemos que es
rarita, pero ¿Qué crees que le pasa?”
-“Conmigo no quiere hablar,
ni ir a ningún sitio, pero a ti te hace caso, y es que creo que tiene retraso”.
Se quedó un momento con la
taza suspendida entre la mano y la boca como reflexionando, y dijo a su mujer:
-“Hablaré con mi amigo el
Dr. Ocaña para ver cuando nos puede recibir, y la llevaré y saldrás de dudas,
aunque yo la veo como siempre.”
Él la veía como una chica
normal, un poco torpe en los estudios, que no tenía relaciones con nadie, que
el supiese. Su único divertimento era el ordenador, la televisión y el móvil. Bueno
en fin; ya veríamos.
A los pocos días, padre e
hija, tomaron camino de la consulta del amigo médico, no sin que antes tuviera
que convencer a la niña, que se negaba, por lo que tuvo que recurrir a la
amenaza de desconectarla de lo poco que le gustaba, y de mala gana y con la silenciosa
cara larga, iniciaron el camino.
Aurelio, ya había puesto en
antecedentes a su amigo, por lo que cuando llegó y después de los saludos y
unas palabras intrascendentes para relajar el ambiente, quiso el doctor que
sólo pasara la chica a su gabinete.
Después de casi cuarenta y
cinco minutos, salieron ambos del encierro. Él sonriente, y la chica con la
misma cara de asco con la que había llegado. El médico le dijo:
“Bueno, pues ya hablamos” y
con un apretón de manos salieron de la clínica.
A las dos horas, después de
despachar Aurelio las cosas más urgentes del trabajo, llamó a su amigo:
-“Bueno Manolo, dime algo
que estoy sobre ascuas.”
-”A tu hija le he hecho un
montón de pruebas, y de retraso nada.
Tiene un coeficiente intelectual mediano
bajo, pero sus aptitudes, sus razonamientos, sus dotes y conocimientos son como
las de cualquier muchacha de su entorno y preparación. No creo que debáis
preocuparos”.
-“Gracias amigo, te debo
otra, y a ver cuando vienes con tu mujer a comer a casa, y de camino conoces mi
nuevo chalet que ya han acabado después de dos largos meses de decorarlo. Un
abrazo y gracias de nuevo.”
No vio a Inés hasta la
noche, y ya en el dormitorio conyugal, le dijo:
-“La niña no tiene lo que
decías. Manolo le ha hecho un exhaustivo reconocimiento y me ha dicho que es
totalmente normal, que de retraso nada.”
Ella se quedó parada con la
ropa a medio quitar, mirándolo intensamente con el enfado brillándole en los
ojos.
-“Vamos a ver, yo no me he
referido a que tu hija tenga retraso mental ni mucho menos, sino retraso menstrual,
¿Entiendes? Que creo que está embarazada.”
Se le puso cara de tonto y
descolocado en otro planeta, y en
silencio se metió en la cama pensando: “¿Mi hija embarazada con dieciocho años?”
Y efectivamente. Estaba
hasta las trancas, y de nueve semanas.
Sorpresas, ¿Agradables?,
¿Desagradables?, que rompen la armonía de las familias.
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