Como cada mañana, aún sin
haber amanecido, fue el primero en levantarse. Se preparó su café, tomó sus
medicinas, (muchas), y empezó a mirar por la cocina y la nevera qué hacía
falta, pues era el día 25 del mes, el que le ingresaban la pensión y había que
reponer la desahuciada despensa, ya que con lo que ganaban su nuera y su hijo
no cubrían sus necesidades; dos niños pequeños necesitan mucho.
Con la lista de la compra ya
confeccionada, se dirigió al banco para sacar dinero con la cartilla, sacando los euros que
sobraban de ingresar en la cuenta común los gastos destinados a hipoteca y a
luz.
Subió nuevamente a su casa,
pues hacía un viento frío y tendría que abrigarse más. Ya estaban a punto de
salir los padres a trabajar y los niños al colegio, por lo que dio un repaso de
besos a todos y bromeó un poco con sus nietos, pues su humor, a pesar de las
muchas adversidades de la vida, era envidiable.
En esta familia, la suya,
aunque pobre, no faltaba la alegría.
Parado ante el portal vio
como marchaban todos, los niños con sus enormes mochilas, y encendió un
cigarrillo de los cuatro que se fumaba al día. Con ese vicio no había podido.
Cogió el pequeño y decrépito
utilitario de más de quince años y que una vez más arrancó, pues era la forma
de cargar las bolsas desde el lejano hipermercado al que iba, porque no le
cobraban el IVA a los jubilados en los artículos de primera necesidad.
Se disponía a entrar con su
carrito, cuando se le acercó una señora dándole una bolsa, para que si quería,
donara algunos artículos para el Banco de Alimentos, ya que había gente que
estaban peor que ellos y dependían de la caridad ajena para sobrevivir.
Bueno, que se le iba a
hacer; aquello trastocó sus planes económicos, pues con el dinero que iba a destinar
a dos columnas de la Lotería Primitiva y a tabaco, compró arroz, aceite,
macarrones, garbanzos y lentejas, entregándolo a la salida a aquella
colaboradora de la ayuda social.
Se entretuvo charlando un
rato con aquellas admirables personas, ofreciéndose personalmente por si podía
echar una mano en algo, y no dejó de observar que casi todo el mundo que salía
dejaba cosas, pero que era más solidaria la gente humilde, eran más generosos
los que menos tenían.
Camino de la casa iba
pensando en todo esto a lo que habíamos llegado: El gobierno ayudando a los
bancos con el dinero de todos y dejando desasistidos a las personas sin
trabajo, desahuciando a quien no podía pagar la hipoteca, y para colmo, los que
trabajaban lo hacían con efímeros contratos de muy poco dinero. Y los poderosos
y los políticos corruptos, robando a mansalva.
No había derecho. No.
Bueno, pero habría que ir
tirando a pesar de todo.
En Villanueva del Ariscal, a
22 de octubre del 2015
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