jueves, 11 de agosto de 2016

Pescador de pensamientos

De nuevo este año se había escapado unos días al Cabo de Gata alquilando la misma casita aislada, (solos la naturaleza salvaje, casi virgen, y él) de antiguos pescadores cercana a la Isleta del Moro. Como siempre solo, ya que era un tiempo en que le gustaba disfrutar de la soledad para reconocerse, culparse o absolverse de su vida, y más desde que ya tenía cierta edad y que los pensamientos se le hacían confusos, deshilachados, pero no por ello menos terribles y negativos.
                                                                


Le gustaba perderse por aquel magnífico parque en su viejo todoterreno, pertrechado de su caña, algunas latas de comida preparada, muchas botellas de agua y su saco de dormir, pues había veces que se desleía en aquellas arenas, roquedales, calas y ensenadas un par de días sin motivos, solo porque sí.
                                                                       
 
Se había metido por la carretera ALP-822, desviándose por caminos inhóspitos hasta dar  con un paraje llamado “Arrecife del dedo”, y en una peña que  nombró como la “uña”, perdida la vista en el insondable horizonte de aguas y rocas aisladas, echó la caña de pescar como disculpa para pensar, ya que devolvía siempre los pocos peces que picaban al mar.
¡Ay, que confuso estaba!
                                                                   


Recordaba sus días de niño en aquel colegio de Hermanos Maristas, donde se cantaba por las mañanas el “Cara al sol” y se izaba la bandera con el brazo levantado cual saludo romano, las interminables misas, novenas, rosarios, catequesis, procesiones, y ese olor a rancio de las sotanas de los “curas”. Ese puñado de caramelos para los que sacaban mejores notas, esas reprimendas a los torpes… y tantas cosas inculcadas que no te preparaban a la vida…
                                                                  


Y ahora a la vejez, después de años de no tener religión, ni principios, de no rezar ni arrepentirse según los cánones, de dejarse llevar de la razón, de las teorías más variopintas que justificasen su desenfreno, y no de la verdad insondable  de la justicia, la caridad, la conciencia, Dios; ¿Para limpiarte por dentro?, se confiesa de:
“Haber mentido a conciencia a compañeros, amigos, y familia por espurios motivos, siempre anteponiendo tus pasiones e intereses a lo egoístamente más ingrato.
Despreciar a los que creía tontos, torpes e imbéciles o inadecuados, incluso sin dejar pasar la ocasión, si se presentaba, de humillarlos ante los demás, incluso destruirlos cuando podía.
                                                                    


Desear a las mujeres, hijas e incluso madres de tus amigos o conocidos sin pensar en las consecuencias o en los problemas que ocasionaras en el camino de tu lascivia, siéndole infiel a tu pareja en cuantas ocasiones se  le habían presentado.
Haberse siempre preocupado de sacar de todo más beneficio que los demás, aunque fuesen más merecedores que él, sin ser consciente de que estaba robando, quedándose con lo ajeno e incluso en ocasiones, haberse vanagloriado en público de su rapiña e impostura.
                                                                     


Y mucho…mucho más de lo que se irá acordando mientras el ocaso escribe su hasta luego en el horizonte.”
El fresco aire de la madrugada de aquella pleamar llena de sonidos dispersamente tenues lo fue amodorrando envuelto en su inseparable saco de dormir, y parecía más tranquilo, incluso sonriente antes que el sueño le ganara la partida a los recuerdos, parecía incluso que se hubiese concedido el perdón aunque no estuviera del todo arrepentido.
                                                                         


En esta última etapa de su vida, siempre se acordaba de su viejo amigo Antúnez, que cuando se moría y a pesar de ser y decir que era totalmente comunista y ateo, le decía:
“¿Y si…y si…? Me he confesado y me he puesto a bien con Dios, por si acaso”.


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