miércoles, 3 de agosto de 2016

Sospecha culpable

¡Qué ganas tenía de llegar a Madrid! El año y pico que había estado fuera se le había hecho interminable, pero tenía claro que había que ir donde estuviese el trabajo, y como aquí no lo encontró, hubo de marchar a Panamá con una oferta en la nueva ampliación del canal.
Mario era joven, pero se había casado cuando Mame, con la que llevaba conviviendo algún tiempo, quedó embarazada y tuvo a su precioso niño que le había dado nueva vida y ganas para todo. Atrás quedaron los tiempos en que su vida iba en tobogán y cuesta abajo; alcohol, drogas, pequeñas fechorías…No. Aquello no se volvería a repetir. Su vida era ya otra cosa.
                                                                  


Estaba junto a la cinta transportadora de recogida de equipajes y ya con su maleta a la mano, cuando vio a una señora muy mayor con bastón, que al no poder coger su enorme maletón cuando pasaba junto a ella, le pidió que por favor se la acercase, lo cual hizo sin esfuerzo, incluso se ofreció a llevársela hasta la salida.
La señora se lo agradeció con lágrimas en los ojos, por lo que se dirigieron a la salida, pero antes tenían que pasar por el escáner de seguridad, trámite que   hacían con todos los vuelos procedentes de fuera de la comunidad Europea.
                                                                   
 
La señora se adelantó y paso por el arco de seguridad, y él puso la maleta de la señora en la cinta de control y luego la suya, pasando a continuación también por el arco de seguridad, donde una vez pasado el trámite, puso las dos maletas en el suelo, buscando con la mirada a la señora a la que había ayudado sin verla, ¿Dónde se había metido la vieja?, cuando se le acercaron dos guardias civiles:
¿Estas dos maletas son suyas, verdad?, le preguntaron.
No señor, sólo la negra más pequeña, les dijo, la grande es de una persona muy mayor a la que he ayudado a transportarla hasta la salida.
¿Y dónde está la señora?, le contestaron.
                                                                 


La anciana no estaba por ninguna parte, se la había tragado la tierra, y eso que nuestro amigo juraba y perjuraba que aquella maleta sin nombres ni propietarios llena de abrigos con los forros repletos de coca no le pertenecía.
Lo llevaron a una habitación donde fue interrogado por varios agentes, pero él seguía dando la misma versión, y a pesar que la policía buscó por todas partes a la susodicha mujer, nunca apareció.
                                                                     


Ya se habría hecho de noche, pues llevaba varias horas allí solo, desesperado, lloroso, pensando en su mujer y su hijo que hacía mucho tiempo que lo esperaban, cuando entró un agente para que lo acompañara hasta un monitor de televisión, donde una cámara había gravado la llegada de los pasajeros, y le pidieron que señalara a la señora a la que según decía, había ayudado.
Y efectivamente la reconoció en el video, incluso se vio el momento en que ambos con los bultos, se dirigían a la salida, por lo que lo dejaron marchar, no sin antes decirle que se debía presentar al día siguiente en la comisaría para tomarle declaración.
                                                                       


Por fin pudo abrazar a sus seres queridos y explicarles lo que le había pasado, aunque no se le acababa de pasar el susto que llevaba en el cuerpo, y abrazado a su esposa se quedó dormido cuando el alba anunciaba la llegada de un nuevo día.
Para que no os quedéis con la intriga, os diré que un día después,  al mostrarle a nuestro amigo la policía un álbum de fotos, reconoció a la señora, que resultó no ser tan mayor, que se había avejentado a conciencia para servirse de algún alma caritativa que le pasase la maleta sin sospecha.
Bueno, pues lo de siempre. Bien está, lo que bien acaba.


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