viernes, 26 de agosto de 2016

¿Acabaremos alguna vez con esta violencia?

Era, había sido sin paliativos, una horrorosa tragedia que quizás se pudiera haber evitado, pero los acontecimientos y el miedo la habían llevado a término.
                                                                    


El único testigo casi ileso de aquello era Mario, con una brecha en la cara y contusiones diversas; su padre muerto y su madre en coma ingresada en el hospital.
Se daba la circunstancia de que el niño de nueve años era sordomudo, y concurría a la escuela del pueblo siendo un alumno aventajado  sabiendo ya leer y escribir, hasta interpretaba lo que se decía en su presencia leyendo los labios.
Por todo ello la policía le pidió, que si podía como testigo presencial,  escribir el relato de lo que había acontecido en aquella casa, y el niño aún con la mirada ida pensando quizás en por lo que había pasado, empezó a escribir.
                                                                  


“Me llamo Mario, soy hijo único, y no estoy arrepentido de lo que he hecho.
Mi madre y yo éramos felices hasta que mi padre volvió del trabajo en el extranjero, y aunque sólo nos mandaba un poco de dinero alguna vez, ella  trabajaba limpiando en casas.
Ya antes de marcharse él, presencié como le pegaba a mi madre por cualquier motivo, pero lo que vino después fue peor.
Siempre estaba en el bar bebiendo, y cuando llegaba a mi casa borracho, le pegaba a mi madre aunque no hubiese hecho nada.
Una de las veces que salí en defensa de ella, me había dado puñetazos, y me arrastró del pelo hasta la calle, para seguir después golpeándola a ella. Yo juré que aquello no volvería a pasar, aunque no sabía cómo evitarlo.
                                                                        


Aquel día llegó como siempre borracho, y la emprendió a puñetazos y patadas con mi madre porque decía que la comida era una mierda, y más furioso se puso cuando mi madre le dijo que no le daba dinero.
Mi madre estaba en el suelo sin sentido y con sangre, y él seguía dándole patadas, por lo que sin pensármelo, fui a por el cuchillo que había en el ropero del cuarto, me acerqué a él por detrás, y se lo clavé entre las piernas hasta la empuñadura, y aunque se defendió dándome golpes, no dejé de hacerlo hasta que cayó al suelo en un charco de sangre.
Ya está.”
                                                                 


Los periódicos dijeron que ella había puesto muchas denuncias, pero todas las había retirado al poco tiempo, por lo que no pudieron decretar ninguna orden de alejamiento.
O sea, ¿Qué todo esto es inevitable?

No. De verdad no puedo creerlo.

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