martes, 12 de septiembre de 2017

Tránsito de tiempo

Contemplo, desde la inmejorable atalaya de mi hogar aljarafeño, espumosas nubes disueltas en un azul tan intenso, que casi daña la vista cansada de este hombre de innumerables años en que me he convertido, con la misma melancolía que me embarga cada año cuando empieza a irse el verano,  cuando aunque aún los árboles y plantas conservan el verdor primaveral y aún las hojas no han empezado a caer, cuando bandadas de aves que vienen o van cruzan rozando las antenas de los tejados, cuando los olores de los tractores cargados de uvas camino de la vendimia inundan el olfato de los habitantes de esta bendita tierra.
                                                                


Ya los niños celebraron sus fiestas de despedida de amigos, de abuelos o parientes, porque el lunes empieza nuevamente la aventura de cada año con el comienzo del curso; reencuentro con los amigos, y conocer a los nuevos compañeros y profesores que les acompañaran ya hasta que empiece nuevamente el ciclo del estío.
                                                                       


Tiempos ilusionantes donde los críos se impregnan del olor de los nuevos libros, con toda una mochila repleta de material renovado; nueva rutina de comidas y meriendas, correrías detrás de un balón en un patio abarrotado de los gritos de llamadas y demandas. Bendita algarabía, en la tranquilidad de la seguridad de volver a empezar o retomar lo que se dejó como algo normal, y aunque no se sientan privilegiados, algún día llegarán a saber que en otros sitios hay guerras, hambrunas, y niños de sus edades que desconocen lo que es una escuela, y lo que es la normalidad de otras vidas.
                                                                      


También los mayores se incorporan a sus puestos de trabajo (quien lo tenga), después de un periodo en que las cosas se ralentizan, y las madres y abuelas que no trabajan en la calle, se afanaran en sus casas por llevar una normalidad cotidiana en donde el verano fue un paréntesis.
                                                                      


¡Ay!, esas mujeres que trabajan casi veinticuatro horas al día año tras año, sin quejas, siempre dispuestas a todo y a todos, y que nunca se las valorará suficiente.
Las ciudades, que antes se vaciaban en los días de calor, volverán a llenarse de coches, de gente que vienen y van con prisas, de autobuses escolares y camiones de reparto; en fin, la normalidad.
                                                                       


Y ya puestos, retomad la dieta y las buenas costumbres. Menos cerveza y más deporte, pero sobre todo no descuidéis a los vuestros.
La felicidad está en las pequeñas cosas de vuestro entorno más cercano.


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