Contemplo, desde la
inmejorable atalaya de mi hogar aljarafeño, espumosas nubes disueltas en un
azul tan intenso, que casi daña la vista cansada de este hombre de innumerables
años en que me he convertido, con la misma melancolía que me embarga cada año
cuando empieza a irse el verano, cuando
aunque aún los árboles y plantas conservan el verdor primaveral y aún las hojas
no han empezado a caer, cuando bandadas de aves que vienen o van cruzan rozando
las antenas de los tejados, cuando los olores de los tractores cargados de uvas
camino de la vendimia inundan el olfato de los habitantes de esta bendita
tierra.
Ya los niños celebraron sus
fiestas de despedida de amigos, de abuelos o parientes, porque el lunes empieza
nuevamente la aventura de cada año con el comienzo del curso; reencuentro con
los amigos, y conocer a los nuevos compañeros y profesores que les acompañaran
ya hasta que empiece nuevamente el ciclo del estío.
Tiempos ilusionantes donde
los críos se impregnan del olor de los nuevos libros, con toda una mochila
repleta de material renovado; nueva rutina de comidas y meriendas, correrías
detrás de un balón en un patio abarrotado de los gritos de llamadas y demandas.
Bendita algarabía, en la tranquilidad de la seguridad de volver a empezar o
retomar lo que se dejó como algo normal, y aunque no se sientan privilegiados,
algún día llegarán a saber que en otros sitios hay guerras, hambrunas, y niños
de sus edades que desconocen lo que es una escuela, y lo que es la normalidad
de otras vidas.
También los mayores se
incorporan a sus puestos de trabajo (quien lo tenga), después de un periodo en
que las cosas se ralentizan, y las madres y abuelas que no trabajan en la
calle, se afanaran en sus casas por llevar una normalidad cotidiana en donde el
verano fue un paréntesis.
¡Ay!, esas mujeres que trabajan
casi veinticuatro horas al día año tras año, sin quejas, siempre dispuestas a
todo y a todos, y que nunca se las valorará suficiente.
Las ciudades, que antes se
vaciaban en los días de calor, volverán a llenarse de coches, de gente que vienen
y van con prisas, de autobuses escolares y camiones de reparto; en fin, la
normalidad.
Y ya puestos, retomad la
dieta y las buenas costumbres. Menos cerveza y más deporte, pero sobre todo no descuidéis
a los vuestros.
La felicidad está en las pequeñas
cosas de vuestro entorno más cercano.
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