Estaba profundamente dormido,
cuando el timbre de la puerta me despertó. Me puse el batín y fui a abrir, pues
el que llamaba parecía que se había quedado pegado al llamador, y al abrir la
puerta me encontré ante un desconocido que me dijo que venía a entregarme una
carta urgente del juzgado.
Aquello me dejó perplejo,
por lo que procedí a la apertura de la carta no sin cierta inquietud, pues nada
bueno podía esperar de la misiva, leyendo rápidamente que se me citaba para que
en el menor tiempo posible compareciera ante el juez, pero sin que se me
anticipara la causa de la citación.
Me vestí, y me dispuse, después
de tomarme un café y fumarme un cigarro, a la inesperada cita que me había
disparado los nervios.
El primer inconveniente vino
cuando al pasar el arco de seguridad, aquello empezó a sonar por lo que me
vacié los bolsillos, pero aquello seguía sonando, por lo que le advertí al
seguridad que tenía una prótesis y que sonaba por eso, pero el gorila que me
miraba con mala cara, después de cachearme a conciencia, me dijo que me
desnudara y que pasara por los rayos X, por lo que lo obedecí bastante
mosqueado. ¡Bien empezaba aquello!
Ya pasado el trámite (el tío
ni se disculpó ni me dirigió la palabra), me hicieron esperar ante una puerta
donde me dijeron que me llamarían, lo que hicieron pasado mucho tiempo.
Apuntaron todos mis datos y
me pasaron a otra habitación donde había varias personas sentadas, y el que
parecía el juez me dijo sin más prolegómenos que habían recibido la denuncia de
un vecino al que yo miraba mal, y que aquello era grave.
Le pregunté el nombre del
denunciante, pero no me lo quiso dar, y me conminó a que dijera lo que quisiera
en mi defensa. Me quedé bastante perplejo, porque aquello, aunque fuese verdad
¿Era delito?
Me lancé a discutirle que
nadie podía interpretar una mirada mientras no hubiese alguna acción o palabra
con consecuencias, pero aquel mohoso vejestorio se mantuvo en sus treces de que
aquello era grave, ante lo que yo le dije que si estaba de broma, a lo que
indignado me dijo que estaba faltando a la seriedad del acto.
Y en ese momento ya no pude
más y empecé a despotricar de la justicia y de los jueces que no tenían otros
asuntos más serios que tratar, por lo que llamó a un aguacil y me detuvo por
desacato al tribunal.
Me metieron en un
deteriorado calabozo con olores a pipí y a suciedad, junto a un tío que dormía
estirado en el único banco de la celda. No paraba de darle vueltas a aquello
¿Sería una broma de alguno de mis amigos? Pero no, no podía ser; la cara del
juez no denotaba relajación.
Vinieron a llamar y llevarse
al otro tío, pero viendo que no se despertaba entraron a despertarlo, pero por
muchos golpes que le daban no se movía,
cuando uno de los dos guardias dijo: ”Está muerto y posiblemente este de aquí lo
ha matado para que no testifique”
Aquello ya era demasiado,
por lo que empecé a gritar y a llorar de
rabia por aquella total impotencia que me embargaba, mientras aporreaba los
barrotes con la cabeza, abriendo mucho los ojos de asombro absoluto cuando uno
de aquellos guardias me gritaba y me apuntaba con una pistola. Aquí desperté.
Estaba en mi cama, con una
tremenda jaqueca, sudando y con el corazón latiéndome a más de mil.
Bueno, no era una broma,
pero había sido un maldito mal sueño.
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