Cada vez, cada año que se
inaugura el invierno coincidiendo casi con las Navidades, entro en una especie
de estado catatónico mental, donde me planteo la vida, mi vida, y las
consecuencias de las decisiones que tomo, dudando siempre del aserto de las
mismas.
Es verdad que siempre
tendemos a ser tremendamente benevolentes con nosotros mismos, en la misma
medida que nos constituimos en inflexibles jueces o fiscales con los demás, y
peor aún si alguna acción de ellos (los demás), nos ha estorbado en la
consecución de alguna cosa que queríamos vehementemente.
Tenemos la deformación
propia del egoísmo en la toma de partido por cosas, que aunque no le demos
importancia por no afectarnos directamente, modifican, perjudican o dañan a
nuestros semejantes, y no somos conscientes del mal que les procuramos de tan
ciegos como estamos con nuestros egos, y lo más curioso es que aún cuando es
evidente el perjuicio, nuestra conciencia olvida o justifica lo injustificable.
De todo esto se deriva, que
veamos sin que se nos alteren los latidos del corazón, cosas que si nos
afectaran a nosotros mismos o a nuestros queridos familiares y amigos, nos
harían reaccionar con preocupación, pena y la mayoría de las veces con dolor,
con mucho dolor y frustración.
En estos días en que la
televisión y demás medios, incluso a través de las redes sociales, nos
bombardea con sibilinas palabras e imágenes placenteras de cosas, la mayoría de
las veces que ni necesitamos ni
deseamos, vende poco las imágenes de la realidad; y sin embargo están ahí
fehacientemente.
Siguen ahogándose migrantes
en nuestro Mediterráneo mientras la rica Europa discute mezquinamente por las
ayudas necesarias, sigue muriendo gente en las guerras de Siria, Afganistán y
otras no tan conocidas, hombres, mujeres y niños inocentes vuelan por
los aires despedazados por bombas
terroristas en cualquier ciudad del mundo, las hambrunas se extienden por zonas de África como el Sahel, cinturón de
5.400 Kms. que va desde el Océano Atlántico hasta el mar Rojo (la zona más
pobre del mundo), siguen muriendo mujeres a manos de sus compañeros y maridos, autentico
genocidio machista sin que los políticos se pongan de acuerdo en cómo evitarlo,
cataclismos naturales que siempre se ceban en los pobres. Y casi se podría
continuar enumerando calamidades sin cuento.
Pero a pesar de todo y
gracias a Dios es Navidad y a todos nos inundan los buenos deseos, por lo que
seamos pragmáticos y escapemos a la alegría de estar con nuestros seres
queridos y celebrar la venida de Dios a la tierra.
Un abrazo a mis lectores/as
con el deseo de que sean felices, pero sin pisar al semejante si es posible.
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