jueves, 21 de diciembre de 2017

Balance introspectivo

Cada vez, cada año que se inaugura el invierno coincidiendo casi con las Navidades, entro en una especie de estado catatónico mental, donde me planteo la vida, mi vida, y las consecuencias de las decisiones que tomo, dudando siempre del aserto de las mismas.
                                                                 


Es verdad que siempre tendemos a ser tremendamente benevolentes con nosotros mismos, en la misma medida que nos constituimos en inflexibles jueces o fiscales con los demás, y peor aún si alguna acción de ellos (los demás), nos ha estorbado en la consecución de alguna cosa que queríamos vehementemente.
                                                                  


Tenemos la deformación propia del egoísmo en la toma de partido por cosas, que aunque no le demos importancia por no afectarnos directamente, modifican, perjudican o dañan a nuestros semejantes, y no somos conscientes del mal que les procuramos de tan ciegos como estamos con nuestros egos, y lo más curioso es que aún cuando es evidente el perjuicio, nuestra conciencia olvida o justifica lo injustificable.
                                                                   




De todo esto se deriva, que veamos sin que se nos alteren los latidos del corazón, cosas que si nos afectaran a nosotros mismos o a nuestros queridos familiares y amigos, nos harían reaccionar con preocupación, pena y la mayoría de las veces con dolor, con mucho dolor y frustración.
                                                                   


En estos días en que la televisión y demás medios, incluso a través de las redes sociales, nos bombardea con sibilinas palabras e imágenes placenteras de cosas, la mayoría de las veces  que ni necesitamos ni deseamos, vende poco las imágenes de la realidad; y sin embargo están ahí fehacientemente.
                                                                   


Siguen ahogándose migrantes en nuestro Mediterráneo mientras la rica Europa discute mezquinamente por las ayudas necesarias, sigue muriendo gente en las guerras de Siria, Afganistán y otras no tan conocidas,   hombres, mujeres y niños inocentes vuelan por los aires despedazados por  bombas terroristas en cualquier ciudad del mundo, las hambrunas se extienden por  zonas de África como el Sahel, cinturón de 5.400 Kms. que va desde el Océano Atlántico hasta el mar Rojo (la zona más pobre del mundo), siguen muriendo mujeres a manos de sus compañeros y maridos, autentico genocidio machista sin que los políticos se pongan de acuerdo en cómo evitarlo, cataclismos naturales que siempre se ceban en los pobres. Y casi se podría continuar enumerando calamidades sin cuento.
                                                                     


Pero a pesar de todo y gracias a Dios es Navidad y a todos nos inundan los buenos deseos, por lo que seamos pragmáticos y escapemos a la alegría de estar con nuestros seres queridos y celebrar la venida de Dios a la tierra.
Un abrazo a mis lectores/as con el deseo de que sean felices, pero sin pisar al semejante si es posible.


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