Llevaban un tiempo
intranquilos debido a los asaltos a viviendas de su zona, una urbanización un
poco a las afueras, de clase media-alta que estarían pagando hasta que fueran
viejos, incluso en un caso los ladrones incendiaron una casa después de su
fechoría con la consiguiente alarma, por lo que Juan dormía con un trozo de una
vieja tubería debajo de la cama por si se tenía que defender, aunque ni él ni
su esposa eran partidarios de la violencia ni siquiera en defensa propia; para
defenderlos estaba la policía, pues bastantes impuestos pagaban ya.
Ese día llegaban tarde a su
casa y con los niños dormidos cada uno en brazos de sus progenitores, ya que
habían estado celebrando en casa de los abuelos maternos el aniversario de
bodas de estos.
Ya habían acostado a los
críos en sus camas, cuando escucharon un fuerte porrazo que provenía del tercer
piso de la vivienda, donde se ubicaba la
zona de trabajo del matrimonio y donde tenían la oficina de la empresa propia,
por lo que cogió la improvisada arma de defensa de su dormitorio, y empezó a
subir los escalones hacia el piso alto, no sin antes dejar encerrada a su mujer
y sus hijos en el dormitorio de estos y llamando a la policía a continuación,
pues estaba seguro que esos ruidos que escuchaba no era del viento.
Por la luz que se proyectaba
desde la escalera, vio un bulto saliendo por la ventana que daba a la zona del
jardín trasero, y el instinto le hizo ir hacia la habitación con el hierro en
tono amenazante gritando para asustar al intruso o para acallar su miedo.
Cuando llegó a la ventana pudo ver como el intruso bajaba por una escalera de
mano adosada al alto muro, y sin saber muy bien lo que hacía y con todas sus
fuerzas, separó la escalera de la ventana cayendo el caco y el bulto que
llevaba bajo el brazo en las losas del jardín, dándole tiempo a ver cómo era
ayudado por un compinche que lo esperaba y que casi lo llevaba a rastra hacia
un furgón aparcado tras la valla.
En el momento de arrancar el
vehículo de los ladrones, llegó la policía a toda pastilla, y en el afán de
huida de los delincuentes, estrellaron la furgoneta contra la tapia de la casa
de la esquina.
La policía se hizo cargo de
los dos malhechores heridos, y a continuación dos inspectores se acercaron a
nuestra casa, donde estuvimos viendo el desaguisado.
Habían inutilizado la alarma
y dormido al perro que teníamos (menos mal que no mataron al pobre animal). Se
habían llevado dos ordenadores, una fotocopiadora y habían arrancado de la
pared la caja fuerte que estaba disimulada detrás de una librería y que no
pudieron abrir. Pero todo estaba en el vehículo de los ladrones y nos lo
devolverían.
A la semana del pasado susto
nos enteramos, que eran una banda de seis chorizos que se dedicaban a desvalijar
casas y que la policía había detenido a raíz de lo nuestro, incluso habían
pegado una paliza a un viejo en uno de sus asaltos e incendiado dos viviendas.
El segundo oficio más
antiguo del mundo los llevó a la cárcel, pero el susto aún lo tenían sus
víctimas.
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