lunes, 22 de enero de 2018

Inseguridad

Llevaban un tiempo intranquilos debido a los asaltos a viviendas de su zona, una urbanización un poco a las afueras, de clase media-alta que estarían pagando hasta que fueran viejos, incluso en un caso los ladrones incendiaron una casa después de su fechoría con la consiguiente alarma, por lo que Juan dormía con un trozo de una vieja tubería debajo de la cama por si se tenía que defender, aunque ni él ni su esposa eran partidarios de la violencia ni siquiera en defensa propia; para defenderlos estaba la policía, pues bastantes impuestos pagaban ya.
Ese día llegaban tarde a su casa y con los niños dormidos cada uno en brazos de sus progenitores, ya que habían estado celebrando en casa de los abuelos maternos el aniversario de bodas de estos.
                                                                  


Ya habían acostado a los críos en sus camas, cuando escucharon un fuerte porrazo que provenía del tercer piso  de la vivienda, donde se ubicaba la zona de trabajo del matrimonio y donde tenían la oficina de la empresa propia, por lo que cogió la improvisada arma de defensa de su dormitorio, y empezó a subir los escalones hacia el piso alto, no sin antes dejar encerrada a su mujer y sus hijos en el dormitorio de estos y llamando a la policía a continuación, pues estaba seguro que esos ruidos que escuchaba no era del viento.
                                                                       


Por la luz que se proyectaba desde la escalera, vio un bulto saliendo por la ventana que daba a la zona del jardín trasero, y el instinto le hizo ir hacia la habitación con el hierro en tono amenazante gritando para asustar al intruso o para acallar su miedo. Cuando llegó a la ventana pudo ver como el intruso bajaba por una escalera de mano adosada al alto muro, y sin saber muy bien lo que hacía y con todas sus fuerzas, separó la escalera de la ventana cayendo el caco y el bulto que llevaba bajo el brazo en las losas del jardín, dándole tiempo a ver cómo era ayudado por un compinche que lo esperaba y que casi lo llevaba a rastra hacia un furgón aparcado tras la valla.
En el momento de arrancar el vehículo de los ladrones, llegó la policía a toda pastilla, y en el afán de huida de los delincuentes, estrellaron la furgoneta contra la tapia de la casa de la esquina.
                                                                      


La policía se hizo cargo de los dos malhechores heridos, y a continuación dos inspectores se acercaron a nuestra casa, donde estuvimos viendo el desaguisado.
Habían inutilizado la alarma y dormido al perro que teníamos (menos mal que no mataron al pobre animal). Se habían llevado dos ordenadores, una fotocopiadora y habían arrancado de la pared la caja fuerte que estaba disimulada detrás de una librería y que no pudieron abrir. Pero todo estaba en el vehículo de los ladrones y nos lo devolverían.
A la semana del pasado susto nos enteramos, que eran una banda de seis chorizos que se dedicaban a desvalijar casas y que la policía había detenido a raíz de lo nuestro, incluso habían pegado una paliza a un viejo en uno de sus asaltos e incendiado dos viviendas.

El segundo oficio más antiguo del mundo los llevó a la cárcel, pero el susto aún lo tenían sus víctimas.

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