Imaginaos por un momento que
al ser humano no le fuera posible hablar ni oír, que tuvieran que entenderse
unos con otros de otra forma diferente a la palabra. ¿Cómo lo haríamos para
denotar convencimiento o pesadumbre o nostalgia?
No se trataría de adoptar
todos la técnica de los sordomudos, ya que todos lo seríamos, sino que nuestros
gestos, nuestras percepciones tendrían un desarrollo tal que lo harían muy
semejante a la palabra, ya que seguramente con un gesto o una mirada comunicaríamos
sensaciones, sentimientos, incluso seríamos capaces de llevar el gesto al
razonamiento, incluso podríamos convencer o demostrar aversión ante cualquier
posicionamiento.
Tendríamos mucho más
evolucionada la mente, con lo que podríamos comunicarnos a través del
pensamiento (telepatía), seríamos casi todos sinestésicos (comunicación entre
los sentidos), nuestro mundo interior sería mucho más rico, aunque todo esto
tendría algunos inconvenientes.
¿Cómo mentir o comunicar
algo de lo que no estuviéramos convencidos?, ¿habríamos devenido hacia alguna
forma mental de reserva, como algún tipo de pantalla que ocultara nuestra
auténtica forma de pensar?
Algunos diréis que para
evitar esto habríamos desarrollado algún tipo de escritura, si no para transcribir
palabras, al menos para comunicar pensamientos, dejar anales del saber o de la
creatividad de otras épocas pasadas o teorías aún no maduras por venir. ¿Pero
qué razón habría para esto si con mirar a cualquiera sabríamos qué está
pensando o qué intuimos que siente? Con entrar en el pensamiento de otros
seríamos capaces de absorber todo lo aprendido, de saber su historia, de sus
miedos y de sus miserias.
Serían innecesarios los
teléfonos, las televisiones sólo nos transmitirían imágenes, pero el
inconveniente es que la música no existiría, ni sabríamos de los primeros
lloros de nuestro hijo al nacer, y el gran placer de la lectura casi no tendría
sentido.
¡Qué bonito o qué terrible!
¿No?
Aunque creo para mi pesar,
que no seríamos mejores, que seguiríamos siendo seres destructivos, mentirosos,
egoístas, pero igual que ahora, también habría gente dispuesta a darlo todo por
los demás, solidarios, razonables y buenos.
El hombre en su historia a
través de los tiempos, siempre ha sido capaz de lo mejor y lo peor y esto es consustancial
del género humano; lo auténticamente importante es ser capaces de mirarnos
dentro para entender que somos más felices haciendo el bien que el mal, que la
satisfacción personal y los escasos momentos de felicidad se encuentran en las
pequeñas cosas, en los efímeros momentos de plenitud que todos desearíamos
fuesen eternos.
Tenemos la obligación de ser
mejores, a pesar de nosotros mismos.
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