Despertó como cada mañana
dando gracias a Dios que le había concedido vivir un día más.
Después de leer los diarios
del día por internet y tomarse un café, se quedó pensativo mirando los grises
de aquella mañana lluviosa y desapacible a través de los empañados cristales
del ventanal, pensando en si acudiría a aquella cita que se había propuesto, a
pesar de que estaba un poco resfriado y no estaba el tiempo como para ir a
manifestarse, aunque fuera por una causa que lo tenía indignado desde hacía
tiempo.
No era de los peores; su
mediana pensión no es que le diera para tirar cohetes, pero conocía a gentes
que lo estaban pasando mal, ya que de sus escuálidos ingresos dependían tres o
cuatro personas de su entorno, a pesar de que el mandatario caradura e
impresentable de turno, tuviera dinero para cualquier eventualidad menos para
temas sociales, entre ellos las pensiones de jubilados, viudas o huérfanos y
enfermos dependientes, que tenían que pagar una cuidadora quitándoselo de lo
más imprescindible, ya que la ayuda a la dependencia no llegaba.
Presumían nuestros
gobernantes de que la terrible crisis había pasado, ¿Para quién? ¿Para los jóvenes
que contrataban para una semana con un salario de mierda a pesar de estar súper
preparados? ¿Para los hombres y mujeres con 45 o 50 años, parados de larga duración,
que ninguna empresa contrataba? ¿Para esa gente valiosa por su preparación que
habían tenido que emigrar a lejanas tierras?
La Impresentable ministra
Si, estaba hasta los cojo..s
de esta clase dirigente que se subían sus prebendas y se blindaban ante
cualquier eventualidad. Para ellos el dinero nunca se acababa, y les daba igual
que los metieran en la cárcel si habían metido las manos en lo que no era suyo,
cuando salieran después de poco tiempo, vivirían a lo grande. Total, en las cárceles
a donde los mandaban había ya mucha gente como ellos y estaban distraídos;
total aquello pasaba enseguida, y luego a disfrutar de la pasta gansa que se
habían llevado. Aquí a la cárcel, pero sin devolver un euro.
Sí. Iría a gritar contra la jauría
de lobos que les negaban lo imprescindible; era su primera vez pero estaba
decidido, por lo que se abrigó, se puso el sombrero y con el paraguas abierto,
se dirigió hacia la parada del autobús de cerca de su casa.
No conocía a la gente que
como él se dirigían a la concentración, pero con sus cruzadas miradas se daban mutua
fuerza.
No sabía si todo esto
serviría para algo, pero que supieran que estaban dispuestos a todo, y que no
volverían a votar a estos corruptos desalmados si no solucionaban sus
problemas.
Hasta aquí hemos llegado.
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