lunes, 23 de abril de 2018

El coleccionista de libros raros


(Feliz  día del libro)

Eugenia era librera por nacimiento y vocación, ya que su familia hasta donde ella sabía, siempre se había dedicado a este ruinoso negocio en una céntrica calle sevillana.
La librería que tenía la había heredado de su familia, y desde pequeña y compaginándolo con sus estudios, había trabajado codo a codo con sus padres en la tienda, y desde que sus padres faltaron  la había ido adaptando a los tiempos cada vez más difíciles para este negocio. La cerró al público en el año 2001, y continuó desde entonces especializándose en libros raros, antiguos y valiosos, por lo que sus ventas se basaban en las relaciones, el boca a boca y desde hacía un par de años a la oferta en internet.
                                                                 


Compraba libros a particulares, en subastas y donde encontrara esos ejemplares que demandaba su exquisita clientela, por lo que no le extrañó la llamada que recibió aquella tarde.
Era la primera vez que hablaba con este señor, D. Arturo Velázquez Casamayor, que estaba interesado en una primera edición de “Rojo y azul” (Editorial Sedmay), de Jorge Luis Borges, pero que tenía la particularidad de que llevaba una dedicatoria a un colega de nombre Williams, otro de Giovani Papini , “Gog y El libro negro”, de editorial Porrúa de México, y el más caro y raro, “Anales de la Corona de Aragón” de Jerónimo Zurita, impreso en Zaragoza por Juan de Launaja en 1610.
                                                                


Como siempre hacía, buscó toda la información que pudo sobre este coleccionista, ya que algunas veces la gente llamaba por curiosear o valorar lo que tenía o había heredado, pero sin comprar. Ya con toda la información y el presupuesto hecho, devolvió la llamada al nuevo cliente para verse y culminar las gestiones.
D. Arturo le comentó que por estar limitado en su movilidad, quería que lo visitara en su casa, en la elitista urbanización de “La Moraleja” de la capital, por lo que le reservó para la semana siguiente una habitación en el Palace de Madrid.
                                                                  


En el taxi de camino al hotel, iba pensando que no estaba por los lujos y menos en el trabajo, pero ya que le había reservado ese hotel y que sólo era un día, se aguantó. A la mañana siguiente a las 8, justo en el momento de salir hacia el domicilio del comprador, le avisaron de recepción de que el chofer de este señor la esperaba en la puerta para trasladarla.
Le llamó la atención que el coche en que se montó era un antiguo Aston Martin pero  totalmente nuevo, hasta olía la piel de los asientos, pero lo que verdaderamente le impresionó fue el palacio dieciochesco al que llegaron, en medio de modernas casas a cual más lujosas y con preciosos jardines que se adivinaban a través de verjas y muretes.
                                                                 


El interior de aquella casa parecía congelado en el siglo XVII, y lo que nunca en su vida había visto era aquella espaciosa y ordenada biblioteca, llena de incunables y primeras ediciones tras unas vitrinas; estuvo paseando entre tanta maravilla a la espera de D. Arturo, que llegó al segundo en silla de ruedas empujado por una enfermera perfectamente uniformada.
Charlaron durante unos minutos de Sevilla, de escritores vivos y desaparecidos, de arte, hasta que la conversación se centró en los libros y en especial en el trato que la había llevado hasta allí.
Sacó el encargo de su bolsa de viaje, y durante varios minutos no se cruzaron palabra, tal era la avidez y el brillo en los ojos que denotaba su cliente hojeando despacio y con guantes los ejemplares.
En estas estaban, cuando entraron un carrito con café, té y pastas, que le fueron servidos a ambos en silencio total.
Todo estaba correcto y la operación finalizada, y ya se iba a despedir cuando este hombre le pidió que lo escuchara un momento, diciéndole esto:
“Al igual que usted se habrá informado sobre mí, yo también lo sé todo sobre usted y su familia, y me he llevado una grata sorpresa al investigarla.
Mi padre conoció a su abuelo en el mundillo de los libros y eran buenos amigos, y aunque estaban en bandos enfrentados durante la Guerra Civil, salvó a mi padre del paredón de fusilamiento, y ese gesto nadie de mi familia lo olvidará jamás, y aunque esto no ha influido en la compra de estos libros, permítame darle efusivamente las gracias por todo, lo actual y lo anterior. Aquí tiene usted su casa y un verdadero amigo.”
                                                                     
          

Se quedó muda sin saber que decir, por lo que él viendo su azoramiento, cambió la conversación pidiéndole que le informara de todo lo interesante que le fuera entrando, y le pidió un abrazo y  un beso de despedida, con los ojos brillantes.
De vuelta en el hotel, se tomó una copa de Marqués de Murrieta en el bar mientras pensaba en todo lo acaecido. Que corto es el mundo, pensó, y a pesar de todo  lo negativo que se cruza en tu vida sigue habiendo gentes agradecidas.
Pero las sorpresas no acabaron ahí, ya que por la mañana, antes de salir para la Estación de Atocha y coger el AVE,  al pedir la cuenta del hotel le informaron de que todo estaba pagado.
Qué alegría si todas las ventas fueran igual, se dijo sonriéndose en sus adentros satisfecha de su trabajo.

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