Tiempos convulsos nos han
tocado vivir en este gran país que es España, ya que las leyes, las normas, los
estudios y las propuestas de las diferentes comisiones, se amontonan en el
Congreso de los Diputados sin que los diferentes grupos políticos se pongan de acuerdo en casi nada,
ya que prevalecen los intereses espurios de cada uno de ellos, por no perder
electores, por querer ser los protagonistas de la foto.
Y pasa, que nuestros
representantes, cada vez se desconectan más de los intereses de los ciudadanos,
que aspiran únicamente a que se resuelvan sus problemas del día a día, acuciantes
en algunos casos, y otros inapelablemente de bulto para una mejor
convivencia de futuro: En lo social, educativo, corrupción y paro, por sólo
nombrar los más importantes, aunque también el tema nacionalista y de los
nacionalismos secesionistas tendría
cabida en esto.
Esto hace que los problemas
cada vez se hagan mayores, al no ser receptivos nuestros electos diputados a
solucionarlos, y que no me hablen que son pocos o de una mayoría insuficiente.
Que se pongan de acuerdo y pacten hasta con el diablo si hace falta, pero que
paren ya de esta inoperancia que está procurando una desafección de la gente
hacia los partidos, única forma de que un día cualquiera aparezca algún mesías
populista y la gente lo vea como una tabla de salvación.
Volvería a repetirse la
historia trágica de este país que sabe mucho de confrontaciones y caudillismos, aunque esta nueva generación no
se acuerde ni sepa nada sobre nuestra sangrienta
historia de cainitas.
Este estado de cosas ha
propiciado que la calle esté agitada, con manifestaciones de mujeres, de
jubilados, de sanitarios, de bomberos, de parados. Hasta las fuerzas de
seguridad y los funcionarios gritan en la calle para que se acaben las
injusticias y se atiendan sus reivindicaciones.
Es curioso, pero sólo los
jóvenes, sobre todo los estudiantes, hacen gala de un pasotismo que no encaja con
las inquietudes que tuvimos nosotros en otro tiempo en que la lucha era
necesaria para acabar con el estado inmovilista de las cosas.
¿Hasta dónde tendremos que
llegar para que la máquina anquilosada que nos gobierna se ponga en movimiento?
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