lunes, 18 de junio de 2018

Nadie es perfecto


La vida es movimiento; te hace cambiar, adaptarte a tu entorno, te hace pertenecer a una tribu, a un determinado conjunto de individuos, pero hay veces que voluntariamente y otras forzado por el devenir de nuestro particular itinerario atávico, hace que puedas encontrarte con que  has quedado desubicado.
                                                                  


on catorce años, era el primero de su curso con diferencia, pero no se lo tenía creído. Siempre estaba dispuesto a echar una mano a sus compañeros, que ante cualquier duda o problema, acudían a él en vez de al profesor.
                                                                   


Como también era un experimentado informático, asesoraba a la dirección del colegio ante cualquier eventualidad. Se había leído casi todos los libros de la extensa biblioteca paterna, y además de todo lo anterior, tocaba magníficamente el piano, a lo que había llegado de forma autodidacta.
Todo esto se entenderá mejor si decimos que tenía un coeficiente intelectual de 170, o sea, que era de ese pequeño núcleo que se denominan superdotados.
Pero no era para nada introvertido, ya que era proverbial su sentido del humor y la simpatía que derrochaba a su alrededor. Pero, pero, (siempre hay un pero), nadie es perfecto.
                                                                    


Usaba gafas de gruesos cristales desde pequeño, y lo peor es que padecía una obesidad mórbida que le afectaba en su día a día de forma importante, ya que no era fácil mover un cuerpo como el suyo de 1,72 m. de altura y de  195 Kg. de peso.
Llegó un momento que la gordura que padecía ponía en peligro su vida, por lo que tuvo que ponerse en manos del equipo de endocrinología del Hospital Universitario de su localidad, que después de evaluar todos los parámetros, lo puso en un riguroso tratamiento para que perdiera quilos, a la vez que le practicaban una delicada operación para reducirle el estómago.
                                                                     


Y así fue, como nuestro amigo Arturo empezó a convertirse en otra persona física, pero esto le hizo en paralelo volverse en otro tipo de individuo; más introvertido, menos participativo y voluntarioso, incluso tenía frecuentes cambios de humor y largos periodos de melancolía, y  cuando se le contradecía, estallaban en enormes estallidos de ira.
                                                                     


Ingresó a la universidad con 16 años, y en dos años se había sacado las carreras de ingeniería informática y de física, pero para entonces ya nada era igual en su vida.
De estar siempre rodeado de amigos, se convirtió en un ser taciturno y agrio, aunque eso sí. Ahora pesaba 87 Kg.
Nadie es perfecto.

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