jueves, 13 de junio de 2019

Halo mágico


Iba acabando el día, y un edredón vaporoso de oscuridad empezó a cubrir la ciudad. Nada hacía presagiar que fuera una noche diferente en un día anodinamente igual a muchos otros, pero algo empezó a flotar entre la lumínica lluvia de luz estelar que chocaba contra el asfalto humedecido en una calle cualquiera de aquel espacio urbano, presagiando que algo sucedía o pasaría que lo haría mágico por una vez. 
                                                                  


Empezó por asomar una lechuza cuando daban las doce en un lejano reloj de carrillón, que se quedó parada sobre las ramas intermedias de un castaño, y aunque se la veía insegura por la de veces que miraba a todos lados, no pudo descubrir como una preciosa criatura de blanco pasaba entre las antenas de los edificios, ni como dos criaturas juguetonas y transparentes reían a carcajadas sentados en los columpios del parque infantil. 
                                                                      


Las luces de las ventanas se fueron apagando quedando sólo algunos resplandores en unos pocos sitios: siempre hay gente que no puede dormir porque tienen algún problema que los espabila, o gente que estudia o trabaja acabando algo para el día siguiente. También enfermos dormitando a ratos, ancianos que se quedaron dormidos viendo televisión; en fin, qué os voy a contar. 
Pero si volvemos al parque donde jugaban y reían aquellos especímenes que vimos antes, veremos que ya no están solos, que tienen una concurrencia variopinta de “transparentes” de muchas fisonomías: altos, bajos, gordos, flacos, con grandes narices y gafas, esbeltos y guapos, de todo. 
                                                                     


De pronto dejaron de hablar o lo que fuera que hacían, y empezaron a volar en todas direcciones, pero lo primero que vi fue como la dama de blanco entró por uno de aquellos resplandores nocturnos, y como soy muy curioso pegué el oído a la ventana para escuchar cómo le hablaba a un adolescente acariciándole la frente:” No pasa nada, no 
le des más vueltas. Mañana se lo dices cuando la veas antes de clase, pues ella está deseando escucharlo”.
                                                                     
 
Otro de estos seres, se había metido hasta la cama de un enfermo que agonizaba: “Tranquilo, le dijo, ya viene la enfermera. Todo irá bien” y diciendo esto desapareció como por ensalmo cuando ya la ayuda llegaba. 
Uno de los más traviesos, se coló donde dormitaban los ancianos ayudado por otro que les apagó la televisión, mientras le decía al oído, “A la cama”, haciéndoles cosquillas en la nariz, lo que le valió una colleja de su compañero. 
Había una mujer de mediana edad angustiada porque no daba con lo que le había hecho perder el trabajo que llevaba realizado en su portátil, por lo que el de las grandes narizotas y gafas, no sé lo que hizo, pero para alegría de la mujer, solucionó el problema y se lo dejó terminado. 
                                                                      


Ya no vi más, porque me senté bajo el castaño donde seguía el búho y me quedé dormido. 
¿Lo soñé? Aunque fuera así, pasé un rato increíble y espero que se repita, aunque algo podremos hacer mientras los humanos para ayudarnos los unos a los otros, aunque sean en pequeñas cosas.

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