Era una pareja con dos niños
pequeños que se disponían a desayunar, aunque la conversación que tuvieron hizo
que las tostadas y el café de ambos se enfriara, igual que sus ánimos.
“-Qué vamos a hacer ahora
aparte de buscar trabajo, y ver si la suerte nos acompaña,” dijo ella con los
ojos brillantes ante el drama.
“-Mujer, no seas pesimista,
verá como algo nos saldrá. Por lo menos a uno de los dos.”
Habían pasado el verano
trabajando ambos en la hostelería con la abuela cuidando de los niños, ella de
cocinera y el de camarero con jornadas interminables, aunque había merecido la pena y tenían por lo menos
para cubrir lo imprescindible durante un par de meses.
“-Y lo del médico del niño
no lo podemos dejar, ahora que los avances son espectaculares.”
El chico tenía una de esas
enfermedades raras de nombre impronunciable, y aquel endocrino había logrado
frenar el crecimiento anómalo de miembros y cabeza, que parecían casi de
adultos en un cuerpo de un niño de siete años.
Los dos se despidieron con
un beso en la puerta de la casa después de que llegara la madre de ella, para
quedar al cuidado de los pequeños.
Los dos se lanzaron a la
calle con las mochilas llenas de currículos y unas botellitas de agua sin hora
de regreso al hogar, para ir recorriendo bares y restaurantes en busca del tan
escaso trabajo después del verano.
Era ya medio día, cuando él
decidió entrar en el bar de su amigo de infancia Teo que nunca le dejaba pagar,
y descansar un poco de tantas horas andando y con la cabeza llena de : “Ahora
mismo no necesitamos a nadie, pero deje el currículo y si necesitamos a
alguien, ya le llamaremos”.
Estaba sentado en la barra
bebiéndose una cerveza, cuando otro de los habituales de aquel sitio y que sólo
conocía de vista, le dirigió la palabra
preguntándole por el trabajo y las perspectivas, pues había oído que lo estaba
buscando.
Después de un rato de charla
intrascendente, le dijo:
“Yo tengo un trabajo fácil para
ti y bien pagado, aunque no exento de peligro, no te voy a engañar.”
“-¿De qué se trata?”,
preguntó.
“Te dejo la llave de una
taquilla de la estación de autobuses, y tú entregas el paquete que allí hay en la
dirección que te diga.”
-“Una bomba para alguien ¿no?”.
“Jaa..ja..ja.. No hombre,
no. Pero si te cogen, acabas en la cárcel y devuelves el dinero del trabajo.”
-“No sé. ¿Cuánto pagarías?”
“6.000 euros que habrá junto
al paquete.”
Nuestro hombre se quedó
pensando un rato, y después de dos cervezas más a las que invitó su nuevo amigo, aceptó el encargo; con
eso pagaba un año de tratamiento de su hijo. Sabía los riesgos, pero no quería
ver a su mujer tan angustiada como la había visto aquella mañana.
Con la llave en el bolsillo
y la dirección de entrega en la cabeza, preparó un plan que podía funcionar.
Se fue a un solar abandonado
que conocía y donde había ratas en cantidad que correteaban a su antojo entre
las bolsas de basura que alguna gente tiraba por encima la tapia, y preparó una
jaula con un cebo de comida, con lo que consiguió que seis asquerosas ratas
enormes cayeran en la trampa.
Disfrazado con una sudadera,
una peluca de su suegra y unas gafas sin cristales, con la jaula en una enorme
bolsa de deportes y la susodicha llave en el bolsillo, se dirigió a la estación
aprovechando la hora de por la tarde que aquello se llenaba con la gente que
regresaba a sus casas.
Cuando vio que más gente se agolpaba
en el recinto, disimuladamente abrió la bolsa de deportes, soltando a las ratas
que salieron despavoridas en todas direcciones provocando un caos monumental, momento
que él aprovechó para dirigirse a las taquillas, donde sin dudarlo
un instante, sacó el paquete y el dinero de su fechoría, saliendo
tranquilamente por la puesta principal.
Tomó un taxi de la parada y
sin más contratiempos acabó de realizar el trabajito, y ya tranquilo, se
dirigió andando a su casa, tirando por el camino en diferentes contenedores la
jaula y la bolsa de deportes.
Cuando aquella noche se
sentaron a la mesa después de acostados los niños, le entregó a su mujer un
sobre con el dinero, diciéndole: “No me preguntes nada”.
Ella se abrazó a él llorando
desconsoladamente, y así abrazados durmieron aquella noche.
Tú. ¿Lo harías ante una
necesidad semejante?
No hay comentarios:
Publicar un comentario