miércoles, 9 de octubre de 2019

Miradas


Tenía que desplazarme a Sevilla para hacer algunas gestiones personales, por lo que me fui a coger el autobús que me llevaba a mi destino en poco más de media hora, pues temo coger el coche para acceder al centro de la capital, y de camino contamino menos.
                                                                    


Me gusta mirar el paisaje mientras viajo, la lluvia caer en días de tormenta, y contemplar a las personas y los edificios en   días soleados.
Y sin embargo observé, cómo la gente que viajaba conmigo iba silenciosa, algún buenos días y algún saludo personal, y poco más; alguno dormido y los demás mirando el móvil o con los auriculares escuchando música o yo que sé; una alegría para los sentidos aquel panorama de zombis pendientes de una máquina.
                                                                       


Ya fuera de la estación de autobuses, me fui fijando en la gente con que me cruzaba. La mayoría colgados de la infernal maquinita sin levantar la mirada, todos a lo suyo. Pocas conversaciones en esta abducida sociedad en la que nos estamos convirtiendo y eso que aún la famosa Inteligencia Artificial está dando sus primeros pasos.
¿En qué nos convertiremos, qué pasará de seguir así?
                                                                      


Paré a desayunar en la cafetería de un amigo, y allí por lo menos, se escuchaban a camareros y clientes pedir las tostadas y las infusiones y cafés, pero aparte de esto, el mismo panorama. Incluso sentados en una mesa los que parecían cuatro compañeros de trabajo, cada uno sin apartar la vista de sus teléfonos. Seguro que alguno ni sabía lo que comía, si era lo que había pedido o lo del compañero de mesa.
                                                                       


Hice los asuntos que tenía que hacer, y al salir del banco fijándome nuevamente en las gentes con que me cruzaba, una dama de mediana edad me miró con una insipiente sonrisa en los labios, a lo que yo le respondí con otra. Me había alegrado el día. Por fin había conseguido intercambiar una mirada con una congénere que miraba igual que yo, que tenía los ojos levantados para ver a su alrededor, para darse cuenta que vivía, y de que este día que se nos regalaba merecía la pena.
                                                                       


No tengo demasiadas esperanzas de que esto cambie, y no sé que habría que hacer para que las personas se sintieran vivas sin tener que estar todo el día manoteando una máquina.
Si amigos. Hay vida más allá del móvil.

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