Palabras no dichas o equivocadas,
pensamientos erróneos, justificaciones que sólo nos convencen a nosotros: así
somos todos, así nos justificamos.
Vemos un mendigo, y con asco
porque haya algún contacto, casi dejamos caer la moneda para que nuestros dedos
no rocen su sucia mano, y este gesto y su acción correspondiente, nos hace
sentir mejores, justificamos así toda la mala conciencia que tenemos de
nosotros mismos.
Si pensásemos cuando
hablamos en lo que decimos, no haríamos daño al que nos está escuchando o del
que estamos hablando. ¡Qué fáciles las palabras y que difícil rebobinar una vez
dichas!
Vivimos en el pasado, en el
momento mejor de nuestra historia, y nos cuesta asumir nuestros fracasos, porque
estos siempre los achaquemos a la culpabilidad de los demás: me tenían ganas,
el jefe me ninguneaba para cansarme, es mentira lo que dicen que hice, no fue
culpa mía, etc., etc.
Y lo peor de todo esto no es
superar un mal momento personal por complicado que este sea, pues siempre hay
luz al final del túnel. Lo peor, es el odio que sentimos hacia la persona
aquella que nos hizo la faena y nos cambió la vida placentera que llevábamos;
ese momento en el cual pensamos como el de máxima satisfacción personal.
El odio, ese odio que
intentamos superar y desechar pero que siempre vuelve, que no olvidamos aunque
nos empeñemos en ello, y que nos carcome siempre que pensamos en esa dichosa
vida anterior.
Dicen que no se debe odiar,
que el odio nos autodestruye sin ningún beneficio, pues es muy difícil que la
vida de tantas vueltas que podamos devolver la faena que nos hicieron. Es casi
imposible.
Pero aunque podamos devolver
el mal que nos hicieron, tampoco estaríamos satisfechos, querríamos la
aniquilación completa de esa persona, y tampoco descansaríamos tranquilo, pues
ese pozo una vez que se llena no se vacía nunca.
Tratemos de ser mejores, tratemos
a los demás como quisiéramos ser tratados, no despotriquemos de nadie aunque se
lo merezca, tratemos de olvidar el odio, aunque esto último creo que es
imposible, pero si podemos desechar la imagen en nuestra cabeza cuando nos
viene. Sufrimos con ello y no conduce a nada.
¡Que Dios os bendiga a todos
y paséis una Natividad feliz con los vuestros y con todos los que os rodean!
A día de hoy, 12 de diciembre de 2020, se acerca una nueva Natividad en un año de sombras, de muchas sombras.
ResponderEliminarMe sumo al deseo de la erradicación del odio y la ira.
Sí, seamos mejores.