martes, 30 de julio de 2013

La solución final

Se habían casado hacía cinco años después de otros cinco de vivir en pareja, y si las cosas habían ido funcionando medianamente bien, se debía más a la tolerancia de él que al aporte de su mujer, que cada vez estaba más intransigente y pedía cada día su ración de bronca, donde la falta de respeto y los gruesos insultos eran moneda común, aunque Antonio respondía lo justo y si no podía más se marchaba con el perro al parque cercano.
                                                   


Todo había comenzado al año de casados cuando decidieron tener un hijo, y al segundo año de intentarlo sin éxito, acudieron a un ginecólogo para saber la razón por la que no venía la deseada descendencia.
En apariencia, según el médico, estaban sanos y no había razón para que ella, Elisa, no pudiera quedar embarazada, por lo que siguieron los concejos de aquel profesional, pero al poco se cansaron y fue cuando empezaron las discusiones y los insultos.
No podían pensar ni en separase, ni mucho menos en divorciarse, pues estaban cargados de trampas, estaban ambos sin trabajo y era inviable la vida de cada uno por su lado, pues tenían lo justo para comer y pagar al banco la hipoteca de la casa y el crédito del coche con que ella se encaprichó.
Aún así y entre las broncas, seguían copulando de semana en semana, cuando a ella le apetecía y era de los pocos momentos en que parecía que las cosas podían tener solución.
                                                  


Hubo un día, que ante las grandes palabrotas que se dijeron y la pasividad de él a seguir discutiendo, ella cuando Antonio estaba a punto de salir de su casa con el perro, le pegó con un martillo, que aunque iba dirigido a la cabeza, le rompió la clavícula izquierda.
Y este fue el determinante que llevó a él a plantearse cualquier solución a este infierno en que estaban sumergidos ambos, así que cuando se curó de la clavícula ya tenía la segura solución final a sus problemas.
Aquel verano, como tantos otros y debido a la escasez de ingresos, decidieron un año más pasar dos semanas con los padres de ella, que vivían en un pueblecito de la provincia de Segovia, y dejar atrás los agobios del calor de la capital.
Cargaron el coche con las maletas y dejaron al perro con unos vecinos que eran de los pocos amigos que tenía el matrimonio, y enfilaron la A-1 camino del pueblo familiar.
                                                


Llevaban como media hora de camino y Elisa iba adormilada, por lo que no se dio cuenta que le desabrochaba el cinturón de seguridad cuidadosamente cuando también él ya lo tenía quitado.
Iban por una larga recta de la autopista a mas de 180 km. por hora, cuando Antonio enfiló el pilar derecho de un paso elevado, chocando mortalmente a dicha velocidad.
Murieron ambos en el acto y tuvieron que cortar la chapa para sacar los destrozados cadáveres, y curiosidades de la vida, las cabezas de ambos desechas estaban pegadas entre ellas de forma que era difícil saber qué restos correspondían a cada uno.
Hecha la autopsia por el médico forense, resultó que ella estaba embarazada de seis semanas y que Antonio tenía un tumor cerebral muy avanzado e inoperable.
La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”.


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