Me
levanto sobre las seis de la mañana, y como no tenía tabaco, salí
a buscarlo, pero cual no fue mi sorpresa al ver que al lado del bar
donde yo conseguía mi vicio, había más de cuarenta hombres
esperando lo que yo no sabía qué .
Iban
provistos de un cesto llamado “macaco” para coger aceitunas, pero
había allí un hombre gordo y todo poderoso en apariencia, que decía
quién trabajaba y quién no. No
lo podía creer, pero así era. El almacén receptor fijaba los
precios de los aceituneros, para que todos salieran ganando. Sobre
todo los intermediarios.
La
desesperación de los no elegidos era patente. Alguno hasta lloraba.
Era la impotencia de querer llevar algo a tu familia y no poder. ¿De
qué vivir si te negaban el trabajo?
Aquello
me recordaba las fotografías antiguas de la Segunda República,
donde se atacaba a los señoritos andaluces y a los terratenientes de
toda España.
Aquella
rabia contenida de gente que tenían que llevar un salario a su casa y que estaban dispuestos a luchar por ello, ya que no tenían nada
que perder. La vida valía poco si no se podía comer.
Había
mucha gente del pueblo que, o no tienen trabajo o que el subsidio
que reciben no les les daba para mantener a sus familias. Había
rumanos, magrebíes y toda esa gente que no se saben de donde salen
pero que quieren trabajar para dar de comer a su parentela. Así de
fácil y así de complicado.
No
sé quien hará trampas para conseguir que gentes que ayer cobraban
por coger aceitunas sobre cincuenta euros al día, ahora estuvieran
cobrando como mucho menos, debido a que los árboles no venían tan
llenos como antaño, aunque a mí, un botecito de aceitunas gordales
me costaran cuatro euros, antes y ahora.
No
sé hasta cuando la gente no se revelará contra todo lo que está
pasando, ya que los políticos de turno parece que les dé igual
mientras no haya algaradas populares.
Pero
advierto, que no está lejano el día en que la gente asalte los
supermercados para conseguir lo básico para sus familias.
No
se puede ni se debe dormir tranquilo cuando hay tanta gente
necesitada de lo básico, y lo curioso del caso es que más
contribuye a estas causas perentorias quien menos tiene. Así es la
solidaridad entre pobres.
Pero
os prevengo: Ricos, prebostes grandilocuentes, avaros, banqueros y
demás especímenes que afloran donde hay miseria. Los momentos están
contados y no podréis prevenirlos.
Queridos
políticos, que siempre con un signo u otro siempre estaréis ahí,
os anticipo desde ahora que como en la Revolución Francesa,
pasaréis por la guillotina de los que creéis débiles, aunque
sigáis ignorando el por qué os está pasando eso. Sois ignorantes
genuinos.
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