(Dedicado a mi nieto)
Como casi cada domingo en la
mañana, salimos toda la familia a dar un paseo, tomar el aperitivo y que mis
nietos se “desbravaran” lo suficiente como para que luego durmieran siesta.
De todos es sabido la
afición de mi nieto Santi por los coches y las motos, pero lo que pasó ese día
nos dejó atónitos y dándoles gracias a Dios y a los Santos por que no había
ocurrido nada irreparable.
Sucedió que cruzábamos el
último semáforo antes de llegar al parque, cuando mi yerno se paró con un amigo
que iba conduciendo una gran moto, y mi pequeñín no paraba de decirle al padre
que lo subiese a la máquina, y tan pesado se puso que el amigo cogió a Santi y
lo montó en el enorme artefacto, que por cierto estaba arrancado, enseñándole
al niño como se aceleraba y frenaba mientras este reía contento.
Ellos siguieron hablando
mientras contemplábamos al muchachito feliz, cuando en un momento de
distracción el niño aceleró y la moto salió disparada con el crío como único
piloto.
Nos quedamos todos de
piedra, pero al momento salimos corriendo detrás del artefacto que había
iniciado su carrera a través del césped, menos mal, y nosotros gritábamos para
que el niño parase y avisábamos a gritos a cualquiera que pudiera estar en la
trayectoria de la moto, pero aunque esta iba desacelerando por efecto de una subida,
cuando llegó a lo alto volvió a coger cierta velocidad e iba directo hacia una
zona de artilugios infantiles donde jugaban algunos niños.
Ya todo el parque estaba
pendiente de Santi y de la moto que empezó a hacer eses sin que nadie la
dirigiese, pues el chico iba riéndose a carcajadas disfrutando el momento sin
atender a las personas cercanas ni lejanas, aunque ¿Qué iba a hacer él si era
la primera vez que se encontraba en esa situación?
Pero el momento álgido
llegó, cuando antes de llegar a los juegos del parque del que los niños, por
cierto, habían desaparecido, una barrera de setos se interponía para llegar a
estos, por lo que fue lo que frenó a la moto que cayó hacia un lado y el niño
saltó limpiamente por encima, hasta aterrizar sin daños en una piscina de
blanda arena, en donde siguió riéndose como si nada.
La madre fue la que llegó
primero y lo abrazó llorando, el padre aún jadeante le reñía y la abuela era la
más perjudicada, pues la tuve que sacar de un ataque de nervios.
El dueño de la moto recogió
ésta e hizo mutis por el foro por si acaso le echábamos la culpa a él, y
nosotros nos dirigimos poco a poco hacia un bar cercano para aplacarnos y
acabar de serenar a la abuela, que ahora lloraba como una Magdalena ante la
mirada del niño, que con tres añitos, no sabía el por qué de nuestro enfado y
lloros.
Bueno, pues
lo único que espero visto lo visto, es que ya que Santi apunta maneras
de campeón de motociclismo, llegue a ser un día un Jorge Lorenzo cualquiera,
aunque la familia se ataque de nervios y lloros.
Te mando un par de fotos, hay tienes la solución, besos.
ResponderEliminarGracias, Roberto. Un abrazo
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