Un año más se reunía la
familia en este día tan señalado, aunque la falta de la matriarca de la familia
era notable.
Todos, o casi, vivían fuera
de Pamplona, por lo que fueron llegando unos antes y otros después a la casa
familiar que estaba con olor a cerrado, fría y como solitaria, aunque limpia.
Fueron organizando la cena, repartiéndose los quehaceres, y disimulando hasta
donde se podía la ausencia que todos sentían, pues el nefasto final de julio
estaba presente en los silencios, pero era además un año especial, pues también
importaba estar con la tía Elvira de noventa y tantos años.
Y fueron llegando todos, en
la fría noche estrellada, a la cena: la tía y su hijo solterón; Viky, (mi nuera
adjunta y médico de cabecera), Elvis, Emma, (la hermana mayor con sus ya
crecidos mellizos) y su marido; el menor de los hermanos Santiago, con su mujer
Pilar (mi hija), y los más pequeños de la casa, mi princesa Olivia y Santi.
Los que no estaban ocupados
en la cocina, se fueron sentando, y poco a poco la cena quedó servida, solo el
sillón en la cabecera de la vetusta y surtida mesa, quedó ausente en memoria de
la madre fallecida.
Hicieron un brindis por los
presentes y ausentes, y hablando de nimiedades y anécdotas, fueron comiendo
pausadamente, aunque los niños muy serios estaban como absortos mirando el asiento
vacío, hasta que su madre, Pilar, se acercó a ellos para que fueran comiendo.
“¿Qué os pasa?, ¿No os
gustan estas cosas tan ricas?”
“Es que mamá, ha venido la
Abu a darnos un beso, y nos ha dicho que estamos muy guapos, y que ella desde
el cielo nos ve y nos protege”, dijo Olivia.
“A mí también. Yo también la
he visto”, contestó Santi.
Todos se quedaron parados
escuchando a los niños, como hipnotizados mirando el asiento vacío, hasta que
la tita Viky dijo: “Brindemos por la Abu y por estar juntos otra vez”.
Y poco a poco, reanudaron
las conversaciones con el fin de quitar lágrimas de los ojos por el recuerdo de
la cena con Emma el año anterior, y
normalizando la forzada alegría por el encuentro, con los niños ya
comiendo, aunque los “picantones al horno” se habían quedado un poco fríos.
La reunión continuó con los
postres, los dulces y con la presencia de Papá Noel que llegó cargado de
regalos, sobre todo para los niños.
Los peques cantaron villancicos
que sabían ayudados por los mayores, y siguieron todos disfrutando del
presente, de esta su “nochebuena familiar”.
Un año más en que la familia
se reencontraba a pesar de las distancias y los quehaceres, pero con la alegría
de verse todos de nuevo.
Estas fechas bien lo
merecen.
¡Felices Navidades a todos!
Aunque ya te he dado las gracias por este homenaje tan bonito a la Abu, mi madre, quiero k quede constancia también en tu blog y si no tienes inconveniente me gustaría compartirlo con mis amigos. Un beso y gracias
ResponderEliminarPor supuesto que puedes compartirlo. Un beso y lo dicho, Feliz Navidad.
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