miércoles, 27 de febrero de 2019

Cosas malas


Estaba jubilado prematuramente, ya que a sus cincuenta y cuatro años, un glaucoma le había hecho ir perdiendo la vista paulatinamente, de tal forma que en la actualidad sólo veía bultos y sombras.
Como casi no podía valerse por sí mismo, vivía con sus hijos Andrés y Juan, junto a la mujer de uno de ellos y un niño pequeño de apenas cuatro años, y gracias a que le había quedado una pensión mediana podían tirar para adelante, pues eran los únicos recursos junto a una pequeña ayuda familiar que recibía el que tenía mujer e hijo, y esto era todo, ya que ninguno tenía trabajo.
                                                              


Como apenas veía, su hijo pequeño le acompañaba cada 25 de mes para sacar el dinero de la paga del cajero del banco, que entregaba religiosamente en casa. Era de lo que comían.
Sucedió que un día que había que ir a sacar el dinero, se quedó dormido hasta muy de mañana, despertándose sobresaltado y con un tremendo dolor de cabeza. Preguntó por su hijo para ir al banco y nadie sabía dónde estaba, ya que  no lo habían visto desde el día anterior, y cuando su nuera se ofreció a ir con él al cajero, la tarjeta no aparecía; había desaparecido de su cartera junto a 20 euros que le quedaban.
                                                                    


Fue con la familia al banco para explicar lo que pasaba, y allí le dijeron que el dinero que tenía en la cuenta lo habían sacado muy temprano con la tarjeta. Se miraban unos a otros sin saber qué decir, cuando se acercó otra empleada del banco, que les informó, de que cuando venía de desayunar vio a su hijo pequeño en el cajero.
Aquello no podía estar sucediendo. ¿Qué pasaba? ¿Había sido capaz su hijo de hacer aquello? ¿Qué hacer?
                                                                        


Le aconsejaron los del banco que pusiera una denuncia aunque la tarjeta ya había sido anulada, pero nadie dijo nada, y balbuceando unas apocadas gracias y abatidos salieron de allí.
Este mes ¿Cómo pagarían los recibos de luz, gas, teléfono, las medicinas, la guardería y sobre todo el alquiler? ¡Ah, y comer!.
Llegaron nuevamente a su casa, donde seguía sin haber rastro del presunto ladrón, y el  mayor se escabulló sin que se dieran cuenta.
Tardó en volver, informando a su familia que ni rastro de Juan, pero que se había enterado por algunos del pueblo que su hermano no era lo que parecía aquella carita de bueno, sino que se juntaba con lo peor de lo peor, y que estaba metido en drogas y algunas cosas más.
                                                                       
 
Después de llorar desconsoladamente viéndose impotente y encerrado en su habitación para que nadie lo viera, llamó por teléfono y habló nuevamente con el director de la Caja,  aceptando una solución que este le propuso al verlo tan apurado, y es que le  adelantarían la paga extraordinaria que venía el próximo mes.
De aquel joven nunca más se supo o la familia se lo ocultó para no darle más sufrimiento, ya que seguramente no había nada bueno que contar, pero él seguía con una espina clavada en el corazón por aquel hijo descarriado; quizás perdido para siempre.

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